“Aquel que dijo más vale tener suerte que talento conocía la esencia de la vida. La gente tiene miedo a reconocer que gran parte de la vida depende de la suerte; asusta pensar cuántas cosas escapan a nuestro control. En un partido hay momentos en que la pelota golpea en el borde de la red y durante una fracción de segundo puede seguir hacia delante o caer hacia atrás. Con un poco de suerte sigue hacia delante y ganas…o, no lo hace, y pierdes”.
Muchos recordarán que con esas palabras se iniciaba “Macht Point”, aquella exitosísima película de Woody Allen en la que el irlandés Jonathan Rhys Meyers personificaba a Chris Wilton, el apuesto entrenador que por los caprichos del azar terminaba casándose con la acaudalada hermana de uno de sus alumnos, pero ponía en riesgo el matrimonio por un affaire con Scarlett Johansson puesta en la piel de Nola Rice.
La trama da un giro dramático cuando Chris, a punto de perder su matrimonio, asesina a Nola y a su vecina Eastby, arrojando la evidencia del crimen al Támesis, con tanta suerte que emulando una pelota de tenis que pega en la cuerda, un anillo de una de las víctimas pega en la baranda de la costanera y oscilando entre su sepultura acuática y el pavimento, termina en la vereda.
IMPACTOS SOCIALES
La película explota la importancia del azar en la definición de rumbos fundamentales en la vida de los personajes. No solo la suerte es definitoria a nivel individual sino que incluso puede tener impactos sociales profundos, generando desigualdad en los ingresos.
Pero lo que muchos no sospechan es que el azar puede terminar siendo crucialmente funcional a la cohesión social, porque si no existiera la suerte el ganador sería siempre el mismo y el orden social se cristalizaría. En ese sentido, el sociólogo chileno Eugenio Tironi ha sostenido que la amenaza más fuerte de fragmentación de un grupo no reside tanto en la polarización interna, como en la sensación de escasa movilidad percibida por parte de los grupos más postergados.
Los deportes, como extraordinaria metáfora de disputas sociales, ilustran de manera clara esta situación, porque si no existiera margen para lo fortuito siempre ganaría el mejor y no habría balance competitivo a menos que los que disputan el juego tuvieran un nivel similar. De algún modo, las diferencias de talento se soportan y el juego conserva su atractivo porque la casualidad puede hacer que el punto le gane a la banca y entonces a los que menos recursos tienen no les conviene patear el tablero y romper las reglas, porque abrigan la esperanza de favorecerse de ellas en alguna oportunidad. En última instancia esta era la garantía sobre la que el Filosofo John Rawls construía su ideal teórico de sociedad justa.
El azar puede entonces no solo ser una de las principales causas explicativas de las desigualdades en el ingreso, porque uno puede volverse rico por efectos de la buena fortuna (como quien gana la lotería) o pobre por culpa de la mala suerte, sino que es además la garantía de que esas diferencias no hagan volar a la sociedad por los aires. Es verdad, sin embargo, que muchas veces lo fortuito se disfraza de místico por nuestra incapacidad de comprender lo aleatorio, lo casual.
Por eso mismo resulta crucial construir la capacidad de entender al azar, porque solo así podemos aspirar a administrar sus impactos, potenciando o amortiguando sus efectos según corresponda. Porque si bien es cierto que los riesgos nunca pueden eliminarse, siempre pueden administrarse e incluso convertirse en oportunidades.
Por ejemplo, si Argentina hubiera previsto que por obra y gracia de los mejores precios internacionales los complejos sojero y cerealero iban a pasar de aportar 13.000 millones de dólares en el año 2006 a 30.000 millones durante los últimos cuatro años, generando en el ínterin prácticamente 100.000 millones de dólares de ingresos extraordinarios de divisas, podría haber aprovechado esa inédita afluencia de capital para reconvertirse productivamente o pegar un salto de infraestructura. Lo mismo podría decirse de Venezuela respecto del petróleo, por mencionar otro ejemplo de varios países latinoamericanos que no supieron leer el azar.
EL EJEMPLO DE NORUEGA
En cambio, sí lo hizo Noruega que en 1990 decidió conformar el “Oljefondet”; un fondo de pensiones financiado con el excedente producido por los fluctuantes precios del petróleo. Curiosamente, el fondo no fue instituido en momentos de altos precios del crudo, sino muchos años antes de que se produjera la multiplicación de barril por más de 10 veces, con el objeto de anticiparse a la caída en los aportes jubilatorios que se produciría por el ineluctable envejecimiento de la población de ese país y al obvio agotamiento eventual de las reservas de petróleo. Noruega, un país de 5 millones de habitantes, ha sabido acumular, adelantándose al azar, 874 mil millones de dólares, aproximadamente dos PBI de Argentina. Como sus inversiones han tenido un rendimiento del 5,3% anual, el fondo le podría garantizar un ingreso anual de 9.264 dólares per cápita, a toda la población sin necesidad de trabajar más ni gastar un solo peso del capital, una cifra muy cercana al ingreso de nuestro país por cabeza, aunque nosotros tenemos que dedicarle varias horas para ganarlo.
Martin Tetaz es Economista, egresado de la Universidad Nacional de La Plata, especializado en Economía del Comportamiento, la rama de la disciplina que utiliza los descubrimientos de la Psicología Cognitiva para estudiar nuestras conductas como consumidores e inversores. Actualmente es Diputado Nacional.