Consistente con los datos que se empiezan a conocer respecto de las mediciones de inflación del mes de marzo, el Relevamiento de Expectativas del Mercado (REM) del Banco Central corrigió al alza sus previsiones indicando que espera que los precios aumenten, en promedio, un 21,3% durante 2017, cuatro puntos por arriba de la meta del BCRA, que como muchos saben fue establecida en 17% por parte de esa entidad.

El problema es que, bajo el sistema de metas de inflación adoptado por la autoridad monetaria, las discrepancias entre las expectativas del mercado y la meta obligan al BCRA a endurecer la política monetaria, sacando dinero de la calle, con la consecuente suba de las tasas de interés.

Básicamente, el sistema de metas es un mecanismo que busca alinear las expectativas de los formadores de precios con el objeto de que los contratos de la economía se desinflen y que la práctica habitual de indexar todos los precios basándose en la inflación del último año, se reemplace por una tendencia a mirar más la inflación proyectada para los próximos doce meses. En síntesis; mirar menos por el espejo retrovisor y más por el parabrisas.

EL PELIGRO DE INDEXAR

Hay dos dispositivos que juegan en contra del objetivo desinflacionario del Central; el primero de ellos es la puja distributiva entre los gremios y los empresarios cuya manifestación más evidente es la indexación, de hecho, de precios y salarios. El segundo enemigo es la desconfianza hacia delante, que se traduce en una baja credibilidad del público respecto de la meta del 17%.

Como ha señalado el padre de la teoría no monetaria de la inflación, Julio Olivera, si las perturbaciones reales de la economía empujan los precios al alza, porque aquellos bienes más escasos aumentan, pero los más abundantes nunca bajan, entonces cada shock que implique menos oferta de algún producto (como ser una mala cosecha) o un boom de demanda (como por ejemplo una avalancha de créditos hipotecarios), termina empujando el promedio de los precios de la economía, o puesto de modo más simple; genera más inflación.

El problema es que si los salarios aumentan lo mismo que la inflación del año pasado y luego los empresarios trasladan esos aumentos a los precios de los bienes y servicios que venden, entonces la inflación de este año será como mínimo igual a la del año pasado. Si en 2016 hubo 40% de inflación y los gremios entonces piden 40% en estas paritarias, los empresarios trasladarán ese 40% y todos los precios de la economía se actualizan de ese modo, pues la inflación del 2017 acabará siendo del 40% también.

Peor aún, si la economía está perfectamente indexada, la inflación del año pasado es tan solo el piso de la de este año. Cada ajuste de precios relativos, cada shock de oferta o de demanda, se traducirá en un nuevo aumento de la inflación, acumulándose sobre el piso anterior, de suerte tal que la economía marcharía lenta pero inexorablemente a una hiperinflación.

LA CONVALIDACION MONETARIA

Por supuesto, los precios monetarios de los bienes dependen de la disponibilidad de medios de pago. Dado que hay una cantidad limitada de dinero para hacer todas las transacciones de la economía, no es posible que se dupliquen los precios si no aumenta concomitantemente la cantidad de moneda, puesto que no habrá medios de pago para hacer todas las operaciones, salvo claro está, que lo que se duplique sea la velocidad de circulación del dinero. Si la gente no quiere tener moneda en su poder porque no está dispuesta a pagar el impuesto inflacionario, o a prestarle dinero gratis al gobierno, entonces correrá a deshacerse de la moneda local acelerando la velocidad de las transacciones.

Pero claro, si el Banco Central no está dispuesto a convalidar esa inflación estructural y no provee la moneda necesaria para hacer todas las operaciones, o bien habrá menos transacciones o a los gremialistas y empresarios no les quedará más remedio que ajustar precios y salarios a la baja, porque la velocidad a la que se hacen las operaciones no puede crecer siempre.

EL DOLAR, LA VARIABLE DE AJUSTE

En un contexto en el que todos entiendan y acepten que la economía va a una inflación menor y donde los formadores de precios, empresarios, propietarios y gremialistas, no remarquen muy lejos de la meta del 17%, el Banco Central proveerá dinero para todas las transacciones y no habrá mayores tensiones en el mercado de dinero.

Pero si la Autoridad Monetaria fracasa en convencer al público, no alcanzaran los medios de pago y entonces subirá la tasa de interés señalando la escasez de dinero. Con la economía abierta a los flujos de capitales, una tasa más alta genera ingreso de dólares financieros que buscan obtener una mayor rentabilidad. A su turno, la abundancia de divisas empuja su precio a la baja generando problemas para todos los sectores que fabrican bienes potencialmente exportables, o que compiten con las importaciones.

Por eso el dólar barato, que ha sido la principal preocupación de los analistas en las últimas semanas, es la consecuencia de que el BCRA no convenza al mercado de que la inflación de este año será del 17%. Es cierto que tampoco los agentes piensan que los precios subirán lo mismo que en 2016, pero toda divergencia entre las expectativas, hoy ancladas en torno del 21% y los objetivos del Central, más cerca del 17%, se ajustarán con un dólar más barato.