El debate empezó a perfilarse hacia mediados de la semana cuando se venía encima la veda electoral y las consultoras de opinión pública replicaban en las redes sociales sus últimas encuestas. Aunque en promedio la mayoría de las mediciones tienen un margen de error estadístico del orden del 3%, las diferencias entre algunas de ellas hacen pensar que están midiendo universos distintos. Por las limitaciones que impone la legislación vigente no podemos mencionar los números concretos en esta columna, pero, por ejemplo, las diferencias entre la encuesta que mejor le da a Cristina Kirchner y la que peor resultado le pronostica a la ex mandataria, son de 8,9%, mientras que en el caso del candidato de Cambiemos hay 11,5 puntos de distancia entre la mejor medición y la más baja. El caso más extremo es el de Massa, puesto que la encuestadora que lo ve mejor parado le asigna 12,4% más de intención de voto que la que peor lo considera. Tanto en el caso de Bullrich como en el del candidato de 1País, el rango de porcentajes es el doble que el que puede ser justificado a partir del margen de error, propio del proceso de muestreo.

Sobre la base de esta inconsistencia, que evidencia en el mejor de los casos mala praxis científica y en el peor una simple adulteración de los guarismos, propuse en Twitter una norma que obligue a las empresas que publican encuestas a aceptar apuestas en contra de sus pronósticos. La idea es muy simple; si Mike Tyson pelea contra la Mole Moli y alguien dice que va a ganar el cordobés, pues que ponga el dinero donde pone la boca y acepte una apuesta de todos los que piensan que el moreno tiene las de ganar. Con ese mecanismo, cualquier empresa que sistemáticamente erre, quebraría y saldría del mercado.

Ni lento ni perezoso, uno de los mejores consultores del país, el Sociólogo Ricardo Rouvier quiso retruco y propuso que la regla también nos incluyera a los Economistas.

ESTIMADORES Y PRONOSTICADORES

Prima facie, el desafío tiene sentido. En nuestro rubro también hay intereses y cuando se nos pregunta cuanto creemos que por ejemplo será la inflación o el crecimiento, los pronósticos se distancian sobre la base de honestas diferencias en cómo piensa cada uno que funciona la economía, pero al mismo tiempo operan razones que están más del lado del capitalista que le paga el sueldo al consultor, que del de la ciencia.

Sin embargo, en esencia se trata de fenómenos distintos. Lo que hacen los encuestadores es estimar un parámetro poblacional a partir de una muestra; o en castellano: usar las leyes de la estadística para inferir cuanta gente respondería de una manera si pudiera preguntársele a todos, basándose en las respuestas de un puñado de personas elegidos al azar.

Los Economistas también hacemos una cosa similar cuando por ejemplo estimamos la tasa de desempleo sobre la base de una encuesta de hogares representativa de todos los aglomerados urbanos de más de 100.000 habitantes, o cuando calculamos la inflación del mes pasado, con un relevamiento de una muestra de comercios elegidos de manera aleatoria.

Pero sospecho que a los que se refería Rouvier era más a los pronósticos, que a las estimaciones.

En ese sentido, un Economista es más parecido a un Meteorólogo que a un Encuestador. Del mismo modo que alguien que estudia la formación de tormentas, nosotros usamos modelos, que son simplificaciones teóricas de la realidad, para calcular los cambios que ocurrirán en las principales variables, como así también su trayectoria en el tiempo. Y así como les pasa a los científicos del tiempo, erramos. La clave, por supuesto, es que no lo hacemos de manera sistemática, sino que en promedio son más las veces que acertamos y por eso se nos sigue consultando. Nuestra principal fuente de error está dada por las limitaciones de los modelos que usamos para captar toda la realidad. La simplificación nos permite comprender, pero pagamos un costo por entender la realidad; nos equivocamos cada tanto, cuando ocurre algo que no estaba en el modelo.

Por supuesto, también puede existir un error sistemático, cuando analizamos la realidad con un modelo que no la representa, que una y otra vez fracasa en captar sus rasgos más salientes.

Sin perjuicio de esas diferencias, hasta acá, un mercado de apuestas para los pronósticos de los economistas funcionaría más o menos igual que mi propuesta para los encuestadores y, de hecho, esa es la base de los mercados de capitales.

Pero hay una segunda diferencia, que es aún más importante. Si el vigía de un barco pronostica la colisión contra un iceberg, el capitán puede salvar la nave, cambiando el rumbo. A la postre, a nadie en su sano juicio se le ocurriría atribuir al vigía el error de haber anticipado una colisión que no ocurrió. Los pronósticos de los economistas son usados para guiar el timón de las decisiones de empresarios y políticos, de un modo similar a los del vigía de un barco. Sin embargo, pocos consideran el cambio del rumbo como consecuencia de ese pronóstico y por lo tanto muchos acusan al Economista cuando la colisión pronosticada no ocurre.

Es cierto que puede argumentarse que las encuestas también tienen el poder de cambiar la decisión de muchos votantes y de hecho esa es la principal razón que justifica la sospecha sobre su eventual manipulación. Pero paradójicamente, si hacemos que mentir sobre el iceberg cuesta plata, solo los honestos estarán dispuestos a irse literalmente al carajo.

fuente: EL DIA.com