El jueves a la mañana todavía estaba caliente el sillón del despacho que Carlos Melconian ocupaba sobre la ochava de 25 de Mayo y Rivadavia, en plena sede del Banco Nación. Javier González Fraga acababa de ser designado en su reemplazo y en la primera entrevista que dio a los medios, levantó polvo por radio Mitre.

La controversia no se disparó tanto por sus planes en la entidad que le tocará conducir, como por sus opiniones sobre la macroeconomía del país. El ex presidente del Banco Central sostuvo que su prioridad estaría en los créditos a la producción, con particular énfasis en las Pymes y en el sector agropecuario, al mismo tiempo que confesó que le desvelaba el sueño de que todos fueran propietarios, adelantando que trabajaría fuerte en materia de créditos hipotecarios.

Pero si la ausencia de menciones al consumo parecía un olvido circunstancial, el economista se encargó de dejarlo bien claro: “La recuperación de la economía tiene que venir de la mano de la inversión, incentivar el consumo sin un correlato en la producción acaba en mayores presiones inflacionarias o se desvía hacia mayores importaciones”.

Cuando le pregunte si los inversores no necesitaban que se reestableciera primero el consumo para tomar sus decisiones de ampliación de capacidad productiva, González Fraga recurrió al economista clásico Jean Baptiste Say, a quien se le atribuye haber dicho que “toda oferta genera su propia demanda”. La lógica es bastante simple; cuando se invierte en la fabricación de una maquina o en la construcción de un edificio, se pagan salarios a los trabajadores del mismo modo que se remunera a los otros actores del proceso productivo, por lo que en el momento en que se materializa la inversión, del otro lado del mostrador se llena el tanque de combustible de la demanda.

¿LO DIJO O NO LO DIJO?

El primer problema con esa afirmación es que Say nunca dijo exactamente eso. Como buen pensador clásico, el francés comprendía perfectamente que podían existir productos no demandados por parte del público, pero también es cierto que no había manera de que existiera demanda sin una producción que, al pagarle a los factores que la hacen posible, pone en los bolsillos de trabajadores y capitalistas, el dinero para poder comprar lo que se ha fabricado. La oferta, en el sentido de los clásicos, no garantiza la demanda de todos los productos, pero era condición necesaria para que la pulsión de compra pudiera canalizarse.

En el pensamiento clásico, el encargado de volver a equilibrar la oferta y la demanda es el sistema de precios. Habrá obviamente productos no demandados, al mismo tiempo que existirán casos de productos que se agoten por ser más requeridos. Bajará el precio de los primeros y subirá el de los segundos.

LA REVOLUCION KEYNESIANA

El problema con el razonamiento de Say, es que entre los bienes que es posible demandar esta también el dinero, tal y como planteó John Maynard Keynes en su famosa Teoría General, ¿qué pasa si la gente no tiene ganas de consumir?, por ejemplo porque existe incertidumbre respecto del futuro del empleo y por lo tanto muchos prefieren tener dinero en su poder, en vez de cambiarlo por bienes.

El jueves a la mañana todavía estaba caliente el sillón del despacho que Carlos Melconian ocupaba sobre la ochava de 25 de Mayo y Rivadavia, en plena sede del Banco Nación. Javier González Fraga acababa de ser designado en su reemplazo y en la primera entrevista que dio a los medios, levantó polvo por radio Mitre.

La controversia no se disparó tanto por sus planes en la entidad que le tocará conducir, como por sus opiniones sobre la macroeconomía del país. El ex presidente del Banco Central sostuvo que su prioridad estaría en los créditos a la producción, con particular énfasis en las Pymes y en el sector agropecuario, al mismo tiempo que confesó que le desvelaba el sueño de que todos fueran propietarios, adelantando que trabajaría fuerte en materia de créditos hipotecarios.

Pero si la ausencia de menciones al consumo parecía un olvido circunstancial, el economista se encargó de dejarlo bien claro: “La recuperación de la economía tiene que venir de la mano de la inversión, incentivar el consumo sin un correlato en la producción acaba en mayores presiones inflacionarias o se desvía hacia mayores importaciones”.

Cuando le pregunte si los inversores no necesitaban que se reestableciera primero el consumo para tomar sus decisiones de ampliación de capacidad productiva, González Fraga recurrió al economista clásico Jean Baptiste Say, a quien se le atribuye haber dicho que “toda oferta genera su propia demanda”. La lógica es bastante simple; cuando se invierte en la fabricación de una maquina o en la construcción de un edificio, se pagan salarios a los trabajadores del mismo modo que se remunera a los otros actores del proceso productivo, por lo que en el momento en que se materializa la inversión, del otro lado del mostrador se llena el tanque de combustible de la demanda.

¿LO DIJO O NO LO DIJO?

El primer problema con esa afirmación es que Say nunca dijo exactamente eso. Como buen pensador clásico, el francés comprendía perfectamente que podían existir productos no demandados por parte del público, pero también es cierto que no había manera de que existiera demanda sin una producción que, al pagarle a los factores que la hacen posible, pone en los bolsillos de trabajadores y capitalistas, el dinero para poder comprar lo que se ha fabricado. La oferta, en el sentido de los clásicos, no garantiza la demanda de todos los productos, pero era condición necesaria para que la pulsión de compra pudiera canalizarse.

En el pensamiento clásico, el encargado de volver a equilibrar la oferta y la demanda es el sistema de precios. Habrá obviamente productos no demandados, al mismo tiempo que existirán casos de productos que se agoten por ser más requeridos. Bajará el precio de los primeros y subirá el de los segundos.

LA REVOLUCION KEYNESIANA

El problema con el razonamiento de Say, es que entre los bienes que es posible demandar esta también el dinero, tal y como planteó John Maynard Keynes en su famosa Teoría General, ¿qué pasa si la gente no tiene ganas de consumir?, por ejemplo porque existe incertidumbre respecto del futuro del empleo y por lo tanto muchos prefieren tener dinero en su poder, en vez de cambiarlo por bienes.

fuente: ELDIA.com