“Nos está costando bajar de manera significativa la inflación núcleo”, podría haber sido la crítica de algún economista de la oposición, pero fue la frase que el Presidente del Banco Central pronunció el miércoles pasado, con motivo de la presentación del Informe de política monetaria.

Si bien la inflación del año en curso será casi la mitad que la del anterior, lo cierto es que la desaceleración fuerte de los precios se produjo entre julio y septiembre del 2016, pero desde entonces los aumentos corren con una inercia que no parece encontrar ninguna resistencia.

Hay varias explicaciones de por qué a la autoridad en la materia le está costando más de lo previsto. La primera de ellas es que la cantidad de medios de pago se expandió en los últimos doce meses al 30%, mientras que en igual período del año anterior lo había hecho solo en un 28%.

También es verdad que bajo un modelo de metas de inflación como el que gobierna la política del Banco Central, la cantidad de dinero depende de la demanda que hagan los agentes, puesto que Sturzenegger fija la tasa de interés y luego entrega todos los pesos que, a ese precio, le pide el mercado.

Evidentemente lo que está ocurriendo es que los principales actores de nuestra economía no creen las metas de inflación que comunica el Central, forman precios con aumentos más cercanos al 23%, que al 17 que postulaba esa institución. Encima el mecanismo monetario instaurado convalida esas magnitudes de subas, porque se emite todo el dinero necesario para hacer las transacciones de la economía con los precios que forman los agentes.

No es casualidad; si en su teléfono celular usted multiplica 1,051 que es el crecimiento de la economía, por 1,0236 que es el nivel de inflación con que probablemente termine el año, el resultado será 1,3 que es la tasa a la que se expande la cantidad de dinero. La cantidad de medios de pago crece al mismo ritmo que el nivel de las transacciones de la economía; monetarismo de manual.

 

LA ALTERNATIVA DE SACAR MAS DINERO DE LA ECONOMIA

Algunos analistas que observan la relación tan fuerte entre la cantidad de dinero y el nivel de precios, sugieren que el Central debería abandonar su programa de metas de inflación y directamente retirar más pesos del sistema, o por lo menos frenar la tasa de crecimiento de los medios de pago. Es evidente que escamoteando la nafta que se le echa, el fuego tiene menos combustible para seguir ardiendo, pero el problema con esta idea es que en la práctica no opera tan automáticamente.

Más bien lo que ocurre en ese contexto es que, si no cambian las expectativas sobre el crecimiento de los precios, los agentes seguirán remarcando y lo que pasará es que chocarán contra la realidad de que venderán cada vez menos, simplemente porque ya no hay tantos medios de pagos, como los necesarios para hacer todas las transacciones a esos precios tan altos.

La inflación bajará, pero con un frenazo de la actividad económica. El problema con este enfoque es que una cosa es aplicarlo para bajar una inflación del 6 al 2% y otra cosa es para bajarla del 23 al 2%. La magnitud de la recesión hace inviable su aplicación.

 

¿COMO HACEMOS PARA QUE FUNCIONEN LAS METAS?

Por eso el programa de metas es tan superior en este caso, porque el Banco Central va coordinando el proceso de desinflación y en la medida que es exitoso en convencer a los actores que forman los precios, logra bajar la inflación sin pagar el costo de una recesión.

Se queda corto, sin embargo, porque si bien fue muy exitoso en coordinar expectativas de gremios y empresarios en las paritarias, cláusula gatillo mediante, no tuvo en cambio la misma potencia para convencer a otros actores de peso, empezando por los consumidores y siguiendo por los propietarios de inmuebles en alquiler.

Por ejemplo, de acuerdo al último informe de expectativas de inflación que produce la Universidad Di Tella, a partir de una encuesta representativa de 1200 casos en todo el país, los consumidores esperan 25,1% de aumentos en los próximos doce meses; una cifra que está en el rango de expectativas del segundo semestre del 2015.

Por el lado de los alquileres, que constituyen uno de los contratos más importantes de la economía, la mayoría de las inmobiliarias de la Ciudad de Buenos Aires manejan cláusulas de ajuste semestrales del 12,5% (¡por los próximos dos años!).

Hay muchas hipótesis respecto de cuáles son los determinantes de la dificultad para quebrar las expectativas. Una es la falta de costumbre con el régimen de flotación cambiaria, que hace que con cada suba del dólar se esperen subas de precios. La prueba es la suba de los precios mayoristas de julio y agosto, que impacto en los minoristas de septiembre. Otra es el impacto de los tarifazos, que lejos de ser internalizados como el fin de una promoción, generan la ilusión cognitiva de una mayor inflación que la que realmente ocasionan, empujando por lo tanto no solo al índice de precios agregado, sino incluso al que solo refleja al núcleo de los que dependen de la oferta y la demanda.

La expectativa sobre alquileres puede corregirse incorporando una cláusula gatillo en los contratos de locación, mientras que el impacto de tarifas puede administrarse concentrando las subas en un solo momento del tiempo. El miedo a flotar es en cambio más difícil de resolver y seguirá impactando por años, hasta que nos acostumbremos a vivir en un país normal.

fuente: ELDÍA.com