El operativo fue meticulosamente planeado por Graciana. Mi mujer compró la primera bici de Agustín mucho antes de las grandes colas de esta semana, buscando además esquivar la especulación de los comerciantes que aprovechando la cercanía de las fiestas tienen “precios especiales” ajustados según la cara de desesperación de los padres.
Hace cerca de un mes que el rodado más pequeño que se consigue en las bicicletas está escondido bajo unas frazadas en una de las habitaciones de la casa de la abuela. Luego de la cena seguramente improvisaremos alguna distracción, mentiremos un Papá Noel inexistente y acomodaremos el regalo junto al arbolito, con el único objetivo de disfrutar su ingenua carita, mezcla de sorpresa y alegría.
Aunque todos tenemos recuerdos de este tipo, de uno o de ambos “lados del mostrador”, la navidad es para la mayoría una reunión en familia donde los regalos ya no forman parte de la construcción de una fantasía infantil, sino que constituyen más bien una especie de ritual, en la que cada uno busca acercarse lo máximo posible a la satisfacción del otro, con las obvias restricciones que impone el bolsillo.
Pero si la gente perdiera menos tiempo recorriendo vidrieras y le preguntara a un Economista, el especialista probablemente daría una respuesta un tanto desconcertante. Si seguimos al pie de la letra lo que enseñamos en los cursos de micro economía de la Universidad, el mejor regalo es un sobre con el dinero que estamos dispuestos a gastar.
El razonamiento es bastante simple. Supongamos que usted puede invertir $500 en el presente navideño de un familiar y que elige, con la esperanza de que le guste a la beneficiaria, una bonita remera que vio paseando por el shopping. Por supuesto no hay certeza de que el disparo de la intención de en el blanco de las aspiraciones de cada uno. Bien podría ocurrir que no le agrade la prenda o que aun pareciéndole bonita, no fuera la que ella hubiera elegido. ¿No sería mejor darle directamente el dinero? Después de todo, los $500 le permitirían comprar la remera que usted acaba de escoger, de modo que nunca podrían ser peor regalo. Pero además de esa posibilidad, con los billetes podría elegir alguna otra cosa que le reporte incluso una mayor satisfacción.
EL HOMO NO ES ECONOMICUS, ES SAPIENS SAPIENS
Aunque mucha gente se comporta como si fuera un economista neoclásico y es cada vez más común encontrar dinero en el arbolito, hay varias razones por las cuales todavía un regalo no monetario puede ser una mejor opción.
La Economía del Comportamiento nos enseña que los presentes de nochebuena no se materializan por el canal de nuestras transacciones económicas, sino que tramitan por otros canales sociales alternativos. Por eso, por la misma razón que no se nos ocurriría pagarle la cena a la madre de un amigo que nos invita a comer a la casa, nos resulta incómodo entregar dinero porque estamos sacando la relación de un nivel, donde operan unas reglas particulares, para ponerla en otro nivel distinto donde existen códigos diferentes.
Incluso podemos pensar al regalo como un caballo de Troya que transmite en realidad un mensaje oculto en su interior, en el que demostramos cuanto conocemos a la otra persona y cuan cercanos realmente somos.
Pero también, como demostró el Economista Dan Ariely, algunos regalos pueden permitir que la persona que los recibe, acabe consiguiendo algo que realmente quería pero que no hubiera comprado si le dábamos el dinero, por una mezcla de culpa y falta de decisión. Por ejemplo, pensemos en un viaje o en la membresía de un curso, o simplemente en un accesorio jugado o superfluo, pero que en realidad era deseado.
La mezcla entre la Economía y la Psicología también demuestra que los regalos de experiencias se disfrutan mucho más que las cosas materiales, sobre todo porque perduran en el recuerdo, a diferencia de cualquier artefacto que eventualmente termina tirado en un cajón.
EL VALOR DEL TIEMPO
Pero si para una cosa sirve la Navidad, es para demostrar que lo que más felicidad nos da en la vida, son cosas que el dinero no puede pagar, por más que le pese al homo economicus.
Las investigaciones de Economía de la Felicidad nos enseñan que el dinero no mueve la aguja de la satisfacción, cuando ya se han cubierto las necesidades básicas. Más aún, si bien para conseguir plata hay que dedicar mucho tiempo de trabajo y estudio, la relación no es recíproca en el sentido de que luego no podemos comprar tiempo con dinero.
Muchas veces esa confirmación sabe a trago amargo porque nos damos cuenta recién cuando vemos la silla vacía de los que ya no están, en la noche del 24. Lamentamos los abrazos que no dimos y las oportunidades que dejamos pasar para pedir perdón, o para decir lo que realmente sentíamos.
Por el contrario, lo que muestran los estudios internacionales y confirman las investigaciones que hicimos para Argentina con Pablo Schiaffino, de la Universidad Di Tella, es que la variable principal, la clave de la felicidad, es el tiempo que pasamos con la gente que queremos.
Por eso la navidad tiene tanto valor, porque más allá de los regalos, de los rituales y de la comida, son una excusa para compartir tiempo con nuestros afectos, que, con sus imperfecciones, sus manías, sus locuras, e incluso con sus peleas, nos llenan el corazón.
Martin Tetaz es Economista, egresado de la Universidad Nacional de La Plata, especializado en Economía del Comportamiento, la rama de la disciplina que utiliza los descubrimientos de la Psicología Cognitiva para estudiar nuestras conductas como consumidores e inversores. Actualmente es Diputado Nacional.