Los términos de intercambio de un país refieren a la relación entre el precio de las exportaciones y el de las importaciones; para ponerlo en un burdo ejemplo, cuantas toneladas de soja tenemos que vender afuera para poder traernos una computadora.

Cuando los términos de intercambio son altos el país es más rico, porque el comercio internacional es una manera indirecta de producción. No nos interesa la soja per se, porque poca gente la consume en Argentina; la fabricamos para conseguir los dólares con los que compramos computadoras. Haciendo soja, hacemos computadoras, del mismo modo que usted produce la comida que pone en la heladera, trabajando todos los días como profesional, empleado o comerciante.

Si la soja sube, cosechando la misma cantidad de toneladas, estamos fabricando más computadoras.

Cuando, en cambio, los precios internacionales no acompañan, el país es más pobre.

Tan es así que, en la década del 50, el economista Raul Prebisch tomó el descubrimiento del alemán Hans Singer, que había señalado que durante la primera mitad del siglo XX los precios de los productos primarios exportados por los países subdesarrollados habían caído de manera sistemática en relación a los de las manufacturas elaboradas por los países centrales, como evidencia de la importancia de modificar la estructura productiva para cambiar el patrón de inserción en el comercio internacional.

Por supuesto, Singer puede haber sido el primero en notarlo, pero las señales del sistema de precios estaban disponibles para todos y muchos países diversificaron sus estructuras productivas en la segunda mitad del siglo pasado, orientando sus industrias a la fabricación de los productos que el mundo premiaba con mejores precios.

En Argentina, los términos de intercambio fueron excepcionalmente favorables entre 1946 y 1948. En los tres años siguientes, aunque la espuma de la bonanza bajó un poco, todavía los precios de nuestras exportaciones fueron más altos que en todo el resto del siglo XX.

Sin embargo, esos precios no se transmitieron hacia dentro del sistema productivo, porque el gobierno hizo algo que, con honrosas excepciones, sería una constante en los siguientes 70 años: distorsionó los términos de intercambio haciendo que los productores de bienes exportables no recibieran los precios plenos, al tiempo que los fabricantes de bienes que competían con las importaciones eran subsidiados. Paradójicamente, al mismo tiempo que el país enfrentaba los mejores términos de intercambio de su historia, los productores recibían incentivos para fabricar menos bienes exportables y más bienes con destino al mercado interno. No es sorpresa entonces que sistemáticamente falten dólares en la economía argentina; es la consecuencia de las políticas implementadas durante décadas.

 

¿QUÉ RELACIÓN HAY ENTRE LOS GEMELOS?

Los hermanos, cuando son gemelos, comparten el mismo ADN.

Dentro de una economía solo hay dos sectores; el público y el privado. En ausencia de financiamiento externo, si uno de ellos gasta más de lo que genera, ese agujero necesariamente tiene que ser financiado por un superávit del otro sector. Para ilustrarlo pongamos un ejemplo familiar; si en un matrimonio ambos trabajan y ganan 25.000 pesos cada uno, la familia en su conjunto no puede gastar más de 50.000, de modo que si el marido es más gastador y consume por 30.000 necesariamente su pareja deberá conformarse con gastar 20.000, o sea que el déficit de él se corresponde exactamente con el superávit de ella.

Pero si aparece un financista externo, ahora cualquiera de los sectores puede ser deficitario sin necesidad de que el otro aporte el dinero. De hecho, puede darse el caso, como ocurre con la economía argentina, de que tanto el sector público, como el privado, gasten por encima de lo que generan.

Desde 1945 a la fecha, el Estado ha gastado una y otra vez por encima de sus recursos, con la sola excepción de los cuatro años comprendidos entre el 2003 y el 2007. Mientras permanecimos aislados del mundo, el exceso de gasto se financiaba a expensas del sector privado que, consecuentemente invertía menos, porque una parte de los recursos que no consumía y ahorraba, se iban por la canaleta del déficit público.

En los años en que fue posible acceder al sistema financiero internacional, esa restricción se relajó y las cuentas públicas cerraron con fondos del exterior. Los dólares que ingresaban para financiar al fisco generaban la posibilidad de consumir más bienes importados que los que podía ser posible pagar a partir de las divisas generadas por exportaciones y allí reside el parentesco entre ambos déficits, que como se ve, comparten buena parte de su ADN.

 

SALIR POR ARRIBA PARA EVITAR EL AJUSTE PERMANENTE

Para cerrar el déficit externo hay dos caminos posibles; o gastamos menos dólares o generamos más. No hay otra forma. Si bien buena parte del rojo corresponde a la otra cara del déficit fiscal y se resuelve por lo tanto gastando menos, también es cierto que ese recorte no puede pasar por reducir la inversión pública, puesto que de ella depende buena parte de la capacidad del sector privado para generar divisas en el futuro.

Tampoco es una solución reducir el déficit público por la vía de mayores impuestos a las exportaciones, porque esa es justamente la causa de los problemas recurrentes. Necesitamos aumentar los incentivos a producir dólares, no bajarlos.

Para no volver a tener una crisis cada 5 años, es preciso eliminar todas las distorsiones que orientan las inversiones en contra de las exportaciones y favorecen la producción de bienes cuyo único destino es el mercado interno. El déficit que tiene como contraparte una mayor inversión, no tiene nada de malo y puede ser sostenido por décadas.

O salimos por arriba, aumentando nuestra capacidad de generar divisas con mejores términos de intercambio para los productores locales, o enfrentaremos este mismo tipo de crisis una y otra vez, como un deja vu.