Con la salida del esquema de represión de precios del modelo anterior, todos los índices mostraron aceleración de la inflación a partir de la tercera semana de noviembre del año pasado, al mismo tiempo que consumidores y medios se hacían eco de aumentos en carnes, remedios, aceites, harinas, artículos de perfumería y otros componentes del changuito.
A partir de la tercera semana de diciembre, sin embargo, los mismos relevamientos comenzaron a señalar una desaceleración en el aumento de los precios liderada por la carne, que incluso empezó a bajar en consonancia con la reducción del precio del ganado en el mercado de Liniers, aunque el traslado a góndola fue desparejo, generando un tercer fenómeno; el de la dispersión de precios, que como puede comprobarse en el mapa del asado hace que un kilo de asado pueda costar $79 en una carnicería y $160 a pocas cuadras de distancia.
Primera aclaración: La desaceleración no quiere decir que no aumenten los precios
Un fenómeno que se repite cada vez que los economistas decimos que los precios se están desacelerando es que el tecnicismo choca contra el sentido común del ama de casa que sigue sufriendo aumentos en el súper. Sin embargo, ambas cosas no son incompatibles. Si un auto viene a 200 km por hora y se desacelera a 150, sigue viniendo rapidísimo y lo mismo ocurre con la inflación. Si el termómetro del índice de precios que decía 4,5% en diciembre ahora marca 4,1% en enero, eso quiere decir dos cosas: la primera es que la inflación es un escándalo, porque solo dos países en el mundo tienen más de 4,1% mensual, pero la segunda es que los precios están aumentando a un ritmo menor que el mes pasado y ese es un dato muy significativo para comprender lo que está ocurriendo con el fondo del problema.
Segunda aclaración: Precios altos no es lo mismo que inflación
La otra constante de estos días es la búsqueda de un responsable de carne y hueso al que se lo pueda culpar de los aumentos, siendo los formadores de precios y sobre todo las grandes cadenas de supermercados los principales sospechosos.
La prueba que se ofrece es que los niveles de remarcación entre el productor y la góndola, son obscenos. Según un informe de la CAME (link) por cada 100$ que pagas por productos frescos en el hiper, el productor solo recibe $14,28. Esto es lo mismo que decir que desde que salen de la tranquera y hasta que llegan al changuito, los productos ven multiplicar su precio por siete.
Por supuesto la cadena de intermediarios no se agota en el minorista, sino que hay que considerar costos de transporte, intermediación mayorista, impuestos, etcétera, pero si miramos por ejemplo los balances de Coto, en este informe sobre cuánto ganan los súper veremos que el último eslabón de la cadena remarca en promedio casi un 50% sobre lo que le paga a sus proveedores.
Sin embargo, aquí la confusión es que las cadenas de intermediación más concentradas pueden estar generando precios altos, pero no inflación.
Para entender esto pensemos que, si uno compra en cambio en el Mercado Central, o en un mayorista, es probable que tenga un ahorro del 40% en el changuito, pero los precios en ese lugar son diez veces más caros de los que eran en 2003, porque a ellos también los afecta la inflación, aunque sean más baratos
Pero si usted no se convence y sigue pensando que la inflación es culpa de los inescrupulosos comerciantes, piense que son los mismos que manejaban el negocio en 2003 y 2004, cuando la inflación era del 3% y 6% respectivamente. Esas multinacionales son también las mismas que operan en Chile, Uruguay, Brasil y Paraguay, aunque ninguno de esos países tiene alta inflación.
En resumen. Los monopolios u oligopolios generan precios más altos que los que prevalecerían en condiciones más competitivas, pero esos precios son estables, no aumentan todos los días. La razón es simple; en cada momento del tiempo un monopolista cobra el precio más alto que puede y no tiene sentido aumentarlo al otro día, porque ello implicaría aceptar que ayer ese comerciante se equivocó, se quedó corto y perdió plata. Le podría pasar a uno, pero no les pasa a todos sistemáticamente y todo el tiempo; los hombres de negocios no son estúpidos.
Tercera cuestión; pero entonces ¿Cuál es la causa de la inflación?
La inflación es el aumento generalizado y sostenido de los precios de una economía. Sus causas pueden ser monetarias (exceso de medios de pago en relación a bienes, sin contrapartida en deseos de atesorar dinero por parte de la gente) o estructurales (cambios en los precios relativos que se propagan en la economía, porque los precios de los bienes que son más abundantes comparativamente, tienen resistencia a bajar). Para un debate más profundo sobre le relación entre emisión monetaria e inflación, recomiendo esta columna.
En Argentina, luego de la devaluación del 2002, cuyo mayor impacto fue en abril de ese año (con 10,3% mensual), la inflación se frenó llegando en octubre al 0,2% mensual. La estabilidad de precios continuó durante 2003 (3,6% anual) y 2004 (6,1%).
En 2005 se volvió a duplicar el ritmo de crecimiento de los precios que corrieron ese año al 12,3%, en consonancia con la suba de los precios internacionales (nuestras exportaciones costaban 20,5% más durante 2005, que en 2003 y las importaciones un 16,4% más). La tendencia continuó en 2006 y 2007, promediando ese año precios de nuestras ventas externas un 50% más altos que los del 2003, con los valores de importaciones un 31% mayores)
Ese mismo año los salarios del sector privado formal, que venían expandiéndose al 11% en el 2004, crecieron al 25% y no es descabellado pensar que los precios acusaron recibo, porque de ninguna manera la productividad crecía al 13%
Pero volviendo al impacto de los precios internacionales, es importante notar que la sobreabundancia de divisas en un mercado libre habría hecho bajar el precio del dólar (como ocurrió en el resto de Latinoamérica) y la apreciación del peso habría amortiguado el pasaje a precios domésticos, del shock externo. Para entenderlo pongamos un simple ejemplo; si un vino cuesta 10 dólares y el dólar sale 3 pesos, la botella se vende a $30 en nuestro país. Si el vino sube a 15 dólares en el mundo y el dólar sigue a $3, pues costará $45 en Argentina, pero si el peso se aprecia y el dólar baja a $2 por billete norteamericano, pues cada botella sigue costando $30.
Sin embargo, el Gobierno eligió mantener el dólar nominal alto, despreciando el tipo de cambio en su función de pecio (que debería haber señalado la abundancia de divisas) y descartando la función amortiguadora del shock externo. Tardíamente y cuando los precios domésticos ya habían aumentado, intento desacoplar los precios internos de los externos imponiendo retenciones móviles, pero los precios internacionales ya estaban cerca de sus máximos y la medida tampoco paso el filtro del Congreso
Adicionalmente hay un canal monetario; los altos precios de los commodities generan ingresos masivos de dólares que al principio compran el Banco Central y el Tesoro esterilizando, pero en 2006 el BCRA tira la toalla y la base monetaria que solo había crecido 4,2% en 2005, explota un 46,2% al año siguiente. Ese shock monetario se vuelca a demanda (nadie atesora con inflación del 12% anual) y dada la magnitud, empuja fuerte al PBI, pero también a los precios a medida que la expansión del gasto va encontrando cuellos de botella.
Subido a los impactos anteriores, el recrudecimiento de los precios puso en marcha canales de indexación implícita (paritarias, contratos con aumentos automáticos en alquileres, etc.) que le pusieron un piso a la inflación, en torno de los 20 puntos desde el 2007.
A partir del 2010, las cuentas públicas empiezan a mostrar un fuerte rojo y la monetización del déficit (financiamiento con emisión) hizo crecer la base monetaria 150% en tres años. De nuevo, en parte ello explicó el boom de crecimiento del 2010 y 2011, pero también dio cuenta de la aceleración de la inflación (que había bajado al 11% anual a mediados del 2009) y eventualmente de la corrida contra las reservas del BCRA.
Con el Tesoro desbocado y la emisión para financiar el déficit fiscal duplicándose en 2013 y aumentando otro 71% en 2014, se dispara una puja distributiva entre trabajadores y empresarios para ver quien termina soportando la carga del impuesto inflacionario que quiere cobrar el gobierno y que obviamente nadie quiere pagar.
El único freno a la inflación en ese contexto, sobre todo desde el 2011 en adelante, fue el congelamiento del tipo de cambio y el retraso tarifario, que de ninguna manera frenaron las causas de la inflación, sino que reprimieron sus efectos barriéndolos debajo de la alfombra, hasta que o bien el propio gobierno que puso el cepo y pago los subsidios tuvo que reconocerlo (como ocurrió en 2014) o lo tiene que hacer el que sigue. En esencia, bajar la inflación con atraso cambiario y tarifario es como bajar de peso transpirando adentro del sauna o corriendo al sol del mediodía; una ilusión insostenible, que tarde o temprano rebota en la balanza
Hecho el diagnóstico y aclaradas las principales confusiones, en el próximo post discutiremos como bajar la inflación y analizaremos si las medidas tomadas por el nuevo gobierno van en el sentido correcto
Martin Tetaz es Economista, egresado de la Universidad Nacional de La Plata, especializado en Economía del Comportamiento, la rama de la disciplina que utiliza los descubrimientos de la Psicología Cognitiva para estudiar nuestras conductas como consumidores e inversores. Actualmente es Diputado Nacional.
Martín, muy buen post.
Me queda una duda:
Puede ser que en un contexto de inflación en el cuál la gente ya no sabe que esperar de los precios y están acostumbrados a los aumentos (y siendo además una demanda bastante inelástica calculo) le de la posibilidad al monopolista de que los precios óptimos que cobra aumenten a un ritmo mayor que la inflación? En vez de solo aumentar acorde a la inflación para mantener el precio óptimo actualizado.
De esta manera serían los mismos fuertes propagadores de la aceleración de la inflación(no generadores).
Tiene lógica?
Saludos.
pd: estudiante de economía.
Qué cosa es un monopolista? Qué cosa es un formador de precio? Aunque la nota parezca bien orientada sigue sosteniendo algunas falacias como que hay algunos que se apropian indebidamente de la riqueza ajena remarcando «exageradamente por sobre los costos».
Detrás de esta idea se esconde la afirmación que los costos forman los precios cuando es exactamente al revés.
Porque hay precios es porque hay productos. No existe tal cosa como la competencia perfecta porque eso anula la acción empresaria.
No quiero transformar esto en una discusión teórica, que me parece muy fértil para entender los problemas.
Pero permítanme este ejemplo:
Si te regalan la luz, te salen más caros los zapatos…
… o los teléfonos celulares, o las clases de baile, o una milanesa con papas fritas.
Da igual. Uno tiene para gastar hasta el límite de sus ingresos, sea esto lo que tiene en el bolsillo, en una cuenta bancaria o el límite de su tarjeta de crédito. No puede gastar más.
Cuando nos regalan aquellos bienes que consumimos tenemos un excedente para consumir en otros bienes. Si el precio del dentífrico sube tenemos dos opciones: dejar de usar dentífrico o dejar de usar otra cosa. No genera inflación el aumento del dentífrico sino una variación en la relación de su precio con los demás bienes. Pasa lo mismo con los billetes, cuando el gobierno imprime a diestra y siniestra para pagar sus gastos no sube el precio de todos los bienes, sino que baja el valor de intercambio de los billetes para cada uno de los bienes. Eso es la inflación. Pero no me voy a meter en eso ahora.
Yo uso mucho la radio, internet o la tv, también manejo mi auto. Y no tengo la más mínima idea de cómo todo eso funciona. Sé cómo usarlos y nada más. Por eso no puedo opinar cuando alguno de los artefactos se descompone y se lo tengo que dar a un experto para que me lo arregle.
Parece que lo mismo pasa con los precios. Todos sabemos cómo funciona el sistema, todo el día nos pasamos haciendo intercambios con las señales que nos dan los precios, los tenemos internalizados. Cuando los precios son más o menos estables conocemos la relación que hay entre un café y una entrada de cine. Cuando vamos a otros países, no sólo no conocemos las ciudades, también perdemos las referencias domésticas de los precios pues las relaciones entre los bienes en otras partes son otras que en casa.
La diferencia está en que la mayoría da opiniones sobre los precios sin entender cómo funcionan.
Para mucha gente, incluso aquellos que presumen de saber del tema, los precios se forman sumando una «ganancia razonable» -sabrá Dios lo que esto significa- a los costos de producir algo. Claro, nadie se pregunta por el costo de sus insumos, ya que lo da como dado.
Pues bien, eso no es.
Son los precios los que forman los costos y no al revés.
Los precios revelan las preferencias de los consumidores. Porque alguien se entera de que si hace muchos goles puede recibir mucho dinero es que decide emprender la tarea de entrenarse y tratar de convencer a los demás de que es el nuevo Messi.
Lo mismo pasa con la fabricación de salamines. Si alguien descubre que en alguna parte alguien está dispuesto a pagarle $ 100.- por medio kilo de ese tesoro se lanzará a producirlos mientras sus costos no superen sus ingresos. Eso se llama espíritu empresarial y es el que hace que tengamos lo que tenemos.
Un buen día llega un demagogo y dice que el salamín es un bien social, o mejor, un derecho humano y que es una locura que cueste $ 100 el medio kilo. Que debe costar $ 20.- . Y que va a meter preso al que lo venda por encima de ese precio.
Al vendedor de salamines le quedan tres opciones: ir preso (esa la descarta enseguida), fundirse o arreglar con el demagogo un subsidio para cubrir la diferencia entre el precio de venta de $20 al de $ 100.
Algunos sufren la segunda opción y otros venden al público a $20, y le cobran al estado los otros $90. No se asuste, sé sumar. El demagogo arreglará la manera de quedarse con $10 y que el resto de la población pague, incluyendo a aquellos que por prescripción médica no pueden comer salamines.
Un buen día, llega un tipo y dice que no hay más guita para pagarle al productor de salamines y que tendremos que pagar la delicia a $100.
Hay marchas en la calle, suicidios, debates en TV y diversos seminarios.
Pero lo que no hay es inflación. Simplemente, o reemplazamos los salamines por salchichón, o dejamos de comprar zapatos a $1500.
Gracias Martín
Me gusta este blog, especialmente por el nivel de las opiniones de MArtin Tetaz y Gustavo Garcia.