El Taktshang es una construcción fantástica en medio de un acantilado a 3.120 metros sobre el nivel del mar. Se trata de siete templos donde hace 320 años nació la tradición budista de Bután, un pequeño país asiático muy pobre, que linda al norte con China y al sur con la India.
Más allá de su atractivo arquitectónico, el paraíso espiritual cuyo nombre significa “Guarida de tigre” es un símbolo que nos enseña que lo importante en la vida no necesariamente tiene materialidad. Los 800.000 habitantes de estas tierras sin salida al mar, consecuentes con sus principios, no le piden al gobierno que ayude a crecer el PBI o a bajar la inflación, como en los países occidentales, sino que este reino es pionero en el uso de estadísticas nacionales de felicidad. Lo que se busca es que la gente realmente viva bien, pero no en el sentido de lo que un burócrata piensa, sino preguntándole a sus ciudadanos qué cosas son importantes para ellos y realmente mueven la aguja de la satisfacción
Visto desde esa filosofía resulta paradójico que democracias como las nuestras que se fundan en Constituciones que con ligeras variaciones se proponen “contribuir al bienestar general”, no hayan encontrado mejor forma de medir ese bienestar que aproximarlo por el valor monetario de los bienes y servicio fabricados, dando por sentado que el ingreso hace a la felicidad.
Sin embargo, la literatura especializada ha demostrado hace varios años que no es cierto que los países de mayor PBI per cápita sean los más felices. El ingreso importa, es verdad, cuando se pasa necesidades, pero más allá de un umbral, que podríamos ubicar en torno a lo que gana una familia de clase media, incrementar los ingresos no mueve la aguja de la felicidad.
Esta semana se volvió a confirmar el resultado porque apareció el último Reporte Mundial de Felicidad, una publicación que usa los resultados de ciento cincuenta y siete encuestas estandarizadas, efectuadas por la consultora internacional Gallup, en todo el mundo.
Sólo uno de los cinco países de mayor PBI per capita, Noruega, está en el top ten de lugares donde la gente es más feliz. Ni Qatar, ni Luxemburgo, ni Singapur, ni los Emiratos Árabes, pero tampoco Estados Unidos, Alemania, Inglaterra o Francia, pueden colarse entre los diez mejores. Es más, solo dos de los diez países más ricos del planeta entran entre los diez más felices, porque Suiza es el segundo país del ranking.
Si nos basamos en los ingresos, hay 19 países con un PBI per cápita mayor que Dinamarca, el campeón mundial de la felicidad; un paraíso social demócrata con bajísimos niveles de percepción de corrupción por parte de sus ciudadanos, que edificó su primer lugar en el podio, al igual que los otros nueve países que lo siguen en la lista, más en los lazos sociales de su población que en poderío de su consumo. Así lo demuestra el alto puntaje obtenido cuando Gallup preguntó “si estuvieras en problemas, ¿tenéis familiares o amigos con los que podrías contar para ayudarte en cualquier momento que los necesitaras?”
LA DISTRIBUCION DE FELICIDAD
La presencia de los cinco países nórdicos entre los diez más felices quizás confirme la sospecha de muchos en el sentido de que la igualdad es una de las claves de la felicidad, pero, aunque pueda tratarse de los países con la mejor distribución del ingreso en el planeta, eso no garantiza que lo mismo ocurra en materia de satisfacción con la vida o felicidad.
Concretamente, aunque Dinamarca sea el lugar donde mejor puntaje tiene, en promedio, el boletín de la felicidad, hay muchas diferencias en los reportes individuales de satisfacción al interior de ese país, a punto tal que los daneses ocupan el puesto número 22 en el ranking de desigualdad de la felicidad, que lidera justamente Bután, el país donde no solo los ciudadanos gozan de un bienestar subjetivo mucho mayor que el que su bajo ingreso les permitiría comprar, sino que esa felicidad está distribuida de manera muy pareja entre sus habitantes.
Probablemente la mejora combinación de alta felicidad, con escasas diferencias al interior de la población, la tenga Islandia, que, siendo el tercer país más satisfecho del mundo, además es el quinto con la mejor distribución de ese indicador entre su gente. Suiza, Holanda y Finlandia acompañan también el grupo de los lugares felices con buena distribución.
LA FORMULA
Aunque los países más felices del mundo no son los de ingresos más altos, todos los del pelotón de arriba son desarrollados. El primero de ingresos medios que aparece es Costa Rica, recién en el puesto 14. De manera que, aunque no son condiciones suficientes, la disponibilidad de recursos y la eliminación de la pobreza, son necesarias para aspirar a maximizar el bienestar de la población.
La salud, la libertad para elegir el futuro de cada uno, la generosidad de la gente y la percepción de trasparencia del gobierno son las variables que en este último informe mundial influyen en la felicidad.
Pero la más importante de todas, es el apoyo social; la sensación de saber que uno cuenta con familiares y amigos que nos van a ayudar si las cosas no salen bien.
Un seguro muy efectivo, que el dinero no puede comprar.
fuente:
Martin Tetaz es Economista, egresado de la Universidad Nacional de La Plata, especializado en Economía del Comportamiento, la rama de la disciplina que utiliza los descubrimientos de la Psicología Cognitiva para estudiar nuestras conductas como consumidores e inversores. Actualmente es Diputado Nacional.