Al fin lo que todos sabíamos tiene ahora un numero con decimales. Los datos del flamante INDEC confirmaron lo que los ojos captaron antes. No eran una sensación las villas miseria multiplicándose, el brote de pibes en los semáforos, la mitad de los jóvenes sin el secundario completo, o el desempleo del noreste argentino. No era un montaje para la tele, la gente con hambre de agua, ni la desnutrición que denunciaba y combatía el Doctor Abel Albino.

En los 31 aglomerados urbanos de más de 100.000 habitantes, representativos de 27.201.000 de argentinos, la pobreza trepó al 32,2% en el segundo trimestre de este año. Prácticamente uno de cada cuatro hogares está bajo la línea de lo mínimo e indispensable. Hasta acá lo que todos saben.

Los datos provienen de la Encuesta Permanente de Hogares (EPH) que, por razones presupuestarias, no cubre lo que ocurre en los pueblos más chicos, de manera que no podemos decir que el porcentaje sea representativo de todo el país. Podría ser que la pobreza en el interior fuera incluso más acuciante, o que, por el contrario, más bien fuera un producto de las grandes urbes y baje mucho si consideramos a las localidades donde los beneficios del agro derraman en empleos directos e indirectos, además de multiplicarse en la forma de una mayor actividad comercial y de servicios. No lo sabemos.

¿DE QUIEN ES LA CULPA?

La pregunta que todos se hicieron esta semana es cuánto de este dato es responsabilidad de Cristina Kirchner y cuanto de Mauricio Macri. Cuando le pregunté esta semana al Economista Walter Sosa Escudero, Profesor de la UNLP y UDESA, experto en el análisis cuantitativo de la EPH, me dijo que era difícil hacer ese cálculo porque obviamente no había datos confiables de los últimos años, pero que si tuviera que aventurar diría que 4 puntos son producto de la crisis actual y 28 vienen de herencia.

El Economista Daniel Arrollo, experto en temas de desarrollo social, estimó por su parte que hay cerca de un 25% de pobreza estructural, que no cede con la mera recuperación de la economía y unos 7 puntos que podrían bajarse relativamente rápido si la economía vuelve a crecer y a crear empleo.

Pensemos, para entender un poco mejor el problema, que técnicamente son pobres aquellos hogares tipo que tienen un ingreso menor a 12.489 pesos, de modo que la aguja del amperímetro que mide la pobreza por ingresos baja, o bien si aumentan los ingresos, o bien si cede la inflación. Lo segundo parece estar ocurriendo, aunque todavía como lo dijo el Presidente del Banco Central, Federico Sturzenegger, no hay nada para festejar de un 1% de aumento mensual de precios. Lo primero se resume a que haya más empleo y mejores salarios.

La creación de empleo va de la mano del crecimiento de la economía, pero para que suban los salarios es preciso que aumente la productividad del trabajo, lo que básicamente se logra con un mayor capital al servicio de cada laburante. En castellano eso quiere decir inversiones en maquinarias, tecnologías y procesos por parte de los empresarios, pero también una mayor capacitación de la mano de obra, tanto en el sistema de educación formal, como en el informal, sobre todo en aquellos sectores que hoy están marginados de la escuela y que tampoco acceden a la posibilidad de aprender un oficio, como quizás sí podía hacerlo un joven que no quería o no podía completar sus estudios, en la generación de nuestros viejos.

Es importante entender esta diferencia porque ella permite comprender la tragedia actual. Lo que el 25% de pobreza estructural está mostrando es que no fuimos capaces de generar suficientes inversiones en las empresas y que fracasamos en materia de educación y formación, sobre todo en los sectores sociales más vulnerables. Lo que demuestra el salto al 32% es que tampoco tuvimos la capacidad de generar mecanismos contra cíclicos que nos permitieran suavizar las fluctuaciones de la actividad económica, para evitar o atemperar las recesiones que nos sacuden de manera cíclica, como si se tratara de huracanes.

PROFUNDIDAD DE LA POBREZA

El segundo dato interesante del informe del INDEC, sobre el que se habló poco en los medios, es el que indica cuán lejos están los pobres de abandonar esa condición. En promedio, según las estadísticas oficiales, cada uno de los dos millones de hogares pobres necesitarían ganar 4.800 pesos más, para llegar al mínimo de la canasta básica de alimentos y servicios.

Esto por un lado quiere decir que la pobreza es profunda y que no se arregla con un aumento en los ingresos de los pobres ni del 10 ni del 20%, pero por otro lado nos permite comprender que la distancia a la que estamos como sociedad de eliminar la pobreza por ingresos tampoco es tan grande. Pensemos que para transferirle $4.800 a cada uno de esos hogares pobres, necesitamos prácticamente 10.000 millones de pesos por mes, o unos $120.000 millones por año. La cifra parece alta, pero es solo una tercera parte de lo que gastaremos este año en subsidios a la luz, el gas y el transporte, que favorecen sobre todo a la clase media y alta.

Esto quiere decir que la pobreza cero depende de una decisión política que podría tomarse en menos de un día, re direccionando el dinero de los subsidios para que beneficie a los que menos tienen.

Muchas veces se dice que es inadmisible que en un país con la riqueza de Argentina haya gente pasando hambre. Es cierto. Es inadmisible e indigno.

fuente: ELDIA.com