De espaldas al jardín de las palmeras, en un salón más previsto para baile que para reunión de trabajo, un grupo de economistas, académicos y profesionales escuchaban con atención la postal que les pintaba el Jefe de Gabinete. Todo transcurría con normalidad, amenizado por la gentileza de los mozos de la Casa Rosada, hasta que los especialistas empezaron a hacer sus pronósticos sobre las perspectivas de las principales variables hacia el 2017. El consenso veía un escenario de crecimiento con los salarios ganándole a la inflación por dos o tres puntos y escaso dinamismo en el empleo. Las diferencias aparecieron a la hora de hablar sobre la inflación; los más optimistas la veían en 19% y los más pesimistas en 25%, lejos del 17% que prevé el Banco Central como límite superior de su programa de metas.
El problema es que en esa reunión nadie creía que el gobierno fuera capaz de coordinar las expectativas de los gremialistas en las próximas paritarias, empezando por los docentes que difícilmente acepten una propuesta por debajo del 20%. Es cierto que, en el sector privado, los empresarios pueden tener otro poder de negociación, pero esa primera paritaria siempre sirve de testigo, influyendo en los acuerdos de los distintos sectores.
Los sindicalistas negocian mirando por el parabrisas (hacia delante), pero también por el retrovisor (hacia atrás); quieren asegurarse que los salarios acordados no pierdan capacidad adquisitiva en el lapso de tiempo que los separa de la próxima paritaria, pero también quieren recuperar parte de lo perdido desde que sellaron el último trato.
En rigor, las paritarias más difíciles de cerrar deberían ser las primeras, porque los que cerraron 30 o 32% en febrero probablemente sufran un aumento mayor en los precios durante los doce meses que terminan luego de enero del 2017. Los que en cambio establecieron salarios en mayo o junio de este año, perderán mucho menos porque claramente la inflación se frenó desde entonces y acumulará un porcentaje mucho menor que el acordado para los sueldos.
El segundo problema será ponerse de acuerdo respecto de la magnitud de los aumentos de precios que se esperan para el 2017, porque el gobierno viene de errar por mucho su pronóstico de 25% para este año y por lo tanto pocos le creen a la meta del Banco Central que jura y perjura que la inflación no superará el 17%.
EL MECANISMO DE METAS DE INFLACION
Si el Banco Central lograra que la gente entienda el funcionamiento de un programa como el que acaba de anunciar, la inflación realmente caería a los niveles que la autoridad monetaria diga, pero el inconveniente es que son muy pocos los que comprenden cómo opera.
En síntesis, las metas de inflación obligan al regulador de la moneda a acomodar los aumentos de precios dentro de los parámetros establecidos, por las buenas o por las malas. Esto quiere decir que, si los precios corren más rápido del 1,3% mensual, el Banco sacará dinero de la economía subiendo las tasas. Si incentivados por el premio de un mayor interés, entran capitales a la economía, el crecimiento no se frenará, pero se pondrá muy barato el dólar quitándole competitividad a la economía. Pero si el ingreso de dólares no se produce, la inflación bajará llevándose puesto al nivel de actividad.
CLAUSULAS GATILLO
Cuando la construcción de credibilidad resulta tan costosa, la alternativa es comprometerse con los trabajadores a que su capacidad adquisitiva ganará en el próximo año. Habiendo recuperado la confiablidad sobre los datos del INDEC, la tarea es ahora un poco más fácil. Tanto el Gobierno como los empresarios pueden firmar un acuerdo que contemple aumentos de, digamos 20%, en los que se incluya una cláusula que se active de manera automática si la inflación supera el 17%, generando un aumento adicional de otro 5%, que no necesite ser renegociado ni requiera la reapertura de la paritaria. Se garantiza así que durante 2017 los salarios le ganen a la inflación por 3% y se recupere la capacidad adquisitiva del bolsillo de los trabajadores.
Es importante entender que, si no se utiliza esta tecnología de compromiso o algún sistema parecido, será muy costoso bajar la inflación y menos probable que los laburantes acaben ganando, porque si entran en la lógica de pedir aumentos mayores para ganarle a la inflación, acabarán acelerando las remarcaciones y será tan imposible mejorar el poder de sus ingresos como resulta para el para el perro atrapar su propia cola; cada movimiento para acercarse al objetivo, los aleja en realidad más.
Se trata en última instancia de buscar la construcción de una profecía autocumplida; una creencia generalizada que acaba siendo cierta por la fuerza de toda una comunidad actuando como si la creyera.
Le quedan al Banco Central, tres meses clave para convencer a los formadores de precios de que su compromiso con la meta del 17% va en serio y que se encargará de que esa sea la inflación, cueste lo que cueste. Solo con cláusulas gatillo podrá garantizar que los gremialistas también ayuden a cumplirla.
En condiciones normales, el Banco Central va ganando reputación año a año muy paulatinamente, pero como decía Keynes, en el largo plazo estamos todos muertos.
fuente:ELDIA.com
Martin Tetaz es Economista, egresado de la Universidad Nacional de La Plata, especializado en Economía del Comportamiento, la rama de la disciplina que utiliza los descubrimientos de la Psicología Cognitiva para estudiar nuestras conductas como consumidores e inversores. Actualmente es Diputado Nacional.