Según un estudio del economista Michael Osborne, de la Universidad de Oxford, 47 por ciento de los empleos podrían ser automatizables y no se trata de una elucubración de ciencia ficción, sino que ese es el número dada la tecnología actual; el futuro puede ser incluso más sombrío.
Si no se han perdido ya muchos de esos trabajos, es porque existen cuellos de botella que en la práctica imponen límites a la inteligencia artificial en su dominio sobre las habilidades humanas. El autor identifica nueve variables que son las que determinan las mayores o menores chances de que un robot se quede con una actividad particular; a su vez esas capacidades están agrupadas en tres grandes dimensiones del empleo.
Las tareas más fáciles de replicar tecnológicamente son las asociadas a la percepción y manipulación de objetos; hoy cualquier software puede ordenar mejor que un humano el tránsito aéreo y empresas como Amazon distribuyen sus productos en los almacenes logísticos con pequeños dispositivos similares a una aspiradora que se mueven a velocidades increíbles sin chocar entre ellos, al tiempo que utilizan drones para trasladar mercaderías por el aire.
Las actividades que requieren inteligencia creativa, en cambio son más complejas para las formas artificiales de cognición. Ideas inusuales o formas novedosas de resolver un problema todavía es más fácil que emerjan de personas de carne y hueso. Lo mismo ocurre con el desarrollo de productos artísticos en general, desde la música, hasta la pintura, pasando por la literatura y el cine. No es un punto menor porque la habilidad de expresar un concepto es fundamental para pensar colectivamente y proyectar; requisitos fundamentales para el trabajo en equipo y la planificación de contingencias.
Un tercer grupo de tareas humanas de difícil reemplazo es el que tiene que ver con la inteligencia social; la efectividad para negociar, persuadir y convencer a otros, que requiere en primer lugar de la administración de las emociones propias y ajenas en un nivel al que ningún software se acerca siquiera someramente.
Entonces si tu trabajo se basa en la percepción y manipulación de objetos en contextos cambiantes, novedosos y desafiantes; si requiere pensamiento creativo y se apoya en el contacto emocional con otras personas, es probable que no debas preocuparte demasiado. Si en cambio sos repositor de un supermercado, laboras en una cabina de peaje o en general haces tareas de tipo repetitivo que no requieren soluciones novedosas y pueden hacerse aislados de otros, sería bueno que empezaras a pensar como cambiar de rubro.
QUE NO CUNDA EL PÁNICO
Por fortuna para quienes temen un mundo de robots, el cambio hacia una sociedad dominada por la inteligencia artificial podría no darse de manera tan abrupta. El Economista Sebastián Campanario, junto al Físico Andrei Vazhnov, acaban de publicar “Modo Esponja”; un apasionante estudio sobre la real probabilidad de las distintas especulaciones más jugadas sobre el futuro. En el libro, los autores plantean que, si bien muchas tareas son fácilmente automatizables hoy, pocos empleos se circunscriben a alguna de esas prácticas. La realidad es que la mayoría de los puestos requiere más bien un combo de habilidades, algunas de las cuales son muy difíciles de informatizar. Por esta razón los especialistas pronostican una especie de síntesis superadora de la antítesis hombre – maquina; la emergencia de una combinación de personas que usan inteligencia artificial y robots para potenciarse: una suerte de Cyborgs que mezclan lo mejor de los homos sapiens sapiens, con la espectacularidad de las nuevas tecnologías.
EDUCACIÓN Y DESEMPLEO
Es evidente que el sistema educativo actual está lejos de pensar y mucho menos incorporar estas transformaciones que cambiarán radicalmente el mercado de trabajo en los próximos años.
De hecho, la escuela a la que mandamos a nuestros hijos fue pensada para la revolución industrial, para un modelo de creación de valor en serie, que requería una burocracia homogénea, donde la innovación era más un atentado que una oportunidad.
Son muy pocas las instituciones que hoy fomentan la creatividad entre sus alumnos y se animan a salirse de la estructura tradicional de transmisión enciclopedista de contenidos que un nene de 10 años googlea desde el celular. Sugata Mitra, el padre de la idea de aprendizaje autorganizado, sostiene que los docentes que realmente pueden agregar valor no son aquellos capaces de competir con Wikipedia, sino los que tienen la habilidad de hacer las mejores preguntas, las que motivan la búsqueda y encienden la chispa de la curiosidad. Una idea parecida plantea Jorge Lanata, cuando dice que los exámenes no se tendrían que hacer del modo tradicional, sino que debería pedirse a los alumnos que sean ellos los que formulen las preguntas, puesto que el cuestionamiento obliga a pensar el problema y a crear formas de encararlo.
Habrá entonces una nueva fractura social, entre los jóvenes creativos con inteligencia social que lejos de sufrir la automatización, la aprovecharán potenciando sus habilidades de manera complementaria, y aquellos que por falta de oportunidades o por preferir abrazarse al pasado, queden encerrados en el fin de los empleos tradicionales.
Por eso veo con preocupación la resistencia de algunos jóvenes al cambio. Ganan entrenamiento en la protesta, es cierto, pero utilizan su fuerza para congelar el statu quo. No se animan a soñar, no persiguen utopías; buscan conservar.
Tal vez sean visionarios que comprenden mejor que nadie, que en un mundo de gente que no está preparada para crear, el ejército de desocupados tecnológicos basará su supervivencia en la asistencia social. Y se preparan desde ahora.
fuente: ELDIA.com
Martin Tetaz es Economista, egresado de la Universidad Nacional de La Plata, especializado en Economía del Comportamiento, la rama de la disciplina que utiliza los descubrimientos de la Psicología Cognitiva para estudiar nuestras conductas como consumidores e inversores. Actualmente es Diputado Nacional.