El monologo es de 1962, pero podría haber sido de hoy. La catarsis del genial Tato Bores recorre la medula del problema económico argento por excelencia; el dólar.

“El día que tengamos todos los dólares del mundo iremos a Estados Unidos con la guita de ellos y nos van a tener que entregar el país” bromea el artista.

Lo que no sabía Tato es que lo que él decía en comedia, rayaba la realidad, porque la contrapartida de cada uno de los dólares que los argentinos guardamos bajo el colchón (y guardamos cerca de 300.000 millones) es la posibilidad de que el Gobierno de Estados Unidos tenga déficit fiscal.

Es absolutamente cierto que cada uno de los papeles pintados de verde es un derecho a comprarnos bienes y servicios producidos en Estados Unidos, solo que el truco funciona porque es poco probable que la fantasía de Tato tome forma y que todos nos pongamos de acuerdo para ir a comprarnos los Estados Unidos.

Si así fuera, la inflación en el país del norte sería inevitable.

Pero no es así porque por suerte para ellos, carecemos de moneda y entonces ahorramos usando denominaciones extranjeras más sólidas.

El ahorro, como es sabido, es el acto de postergar el consumo en el tiempo, que del otro lado del mostrador refleja una forma de financiamiento.

La cosa es así: Usted trabaja y vende su tiempo por equis cantidad de dinero, pero en vez de consumir hoy el fruto de su esfuerzo, compra dólares y entonces patea para delante su decisión de adquirir bienes o servicios.

El gobierno de Estados Unidos imprime billetes verdes, con los que paga sueldos y compra bienes, porque tiene la suerte de que en el mundo subdesarrollado estamos dispuestos a ahorrar en esos billetes. De este modo el dólar funciona como un bono de deuda, con la única diferencia de que jamás paga intereses. El mejor de los mundos; para el Gobierno de ellos.

 

UNA COPIA DEFICIENTE

A la salida de la segunda guerra mundial, al gobierno argentino se le ocurrió la brillante idea de hacer una cosa similar.

Montó un Estado de bienestar y aumentó los salarios por decreto un 25% anual. La obvia contrapartida que un sistema republicano exige, es el aumento de los impuestos para financiar esa empresa, pero resulta más fácil fabricar billetes; no hay que pasar por el Congreso y al principio la gente no se da cuenta de lo que está pasando.

Desde entonces, Argentina solo tuvo superávit fiscal primario en 1992, en 2000 y entre 2002 y 2008. Consecuentemente tenemos 70 años de alta inflación, con transitorias excepciones en los primeros años de los sucesivos planes de estabilización.

Con inflación del nivel del 25% anual, pedirle a la gente que ahorre en pesos es, cuanto menos ingenuo.

Para tener una idea más grafica; es como si dos veces al año un ladrón lo esperara a la salida del cajero automático el día de pago de salarios y se quedara con todo su dinero.

Consecuentemente la gente piensa en dólares, ahorra en dólares, pone precios en dólares y respira en dólares. Y no existe ninguna manera de evitar eso sin eliminar primero la inflación y sin que el paciente se mantenga “limpio de esa sustancia tan adictiva” por lo menos por una generación.

 

PÁNICO POR EL DÓLAR

Dicho esto, es evidente que en los últimos años quedarse invertido en moneda extranjera no ha sido tampoco la mejor opción, porque durante muchos años hubo abundancia de billetes verdes gracias a la soja de 600 dólares y ahora resultan abundantes por obra y gracia de las colocaciones de deuda externa del Gobierno.

Pero claro, en los últimos sesenta años hubo 14 crisis económicas profundas en nuestro país y en 13 de ellas, con la única excepción del “efecto Tequila” de 1995, la debacle vino acompañada de una devaluación, de manera que como en el refrán, el que se quema con leche, ve la suba del dólar y llora. No los culpo. Los entiendo.

En rigor, sin embargo, el dólar estaría todavía barato si llegara a los $20. Pensemos que si luego de la salida del cepo del 17 de diciembre del 2015, la cotización del billete americano hubiera acompañado la inflación general, hoy debería costar $24,50.

Dicho de otra manera; prácticamente cualquier cosa en la que usted piense aumento más que el dólar en los últimos dos años, incluso los salarios.

Es cierto que, así como era evidente que la soja no podía seguir siempre a 600, tampoco el gobierno puede colocar deuda a estos niveles para siempre. Eventualmente Hacienda cerrará el déficit y pedirá cada vez menos, de suerte tal que el dólar empiece a ganarle de a poco a la inflación, cuando sea mayor la demanda necesaria para devolver todo lo que se está pidiendo prestado, o si eso no ocurre dejarán de prestarnos y la crisis será inevitable.

En cualquier caso, ninguna de esas dos cosas ocurrirá la semana que viene. Ni siquiera el mes que viene. Tampoco el año que viene.

Sin perjuicio de esto, también está claro que en la medida que el Banco Central tolere un poco más de inflación y al mismo tiempo baje las tasas, la rentabilidad de quedarse en pesos no será tan atractiva y por lo tanto es poco probable que este año el dólar vuelva a perder con los precios, pero en la medida que los cambios en la política del Central no sean abruptos, no habrá grandes cambios en el dólar.

El límite es el traslado a precios de los aumentos del billete verde. Si el Banco Central observa que la inflación de enero se recalienta, volverá a apretar con las tasas en febrero, mandando otra vez al dólar a la lona.