¿Sexo por dinero? Se llama prostitución y no sólo es viejo, también es natural. Así lo demuestran estudios científicos. Los casos de la mona tremenda y la pingüina trabajadora.
Luego de que en 2002 la Academia Sueca le entregara el Premio Nobel de Economía a un psicólogo por demostrar que muchas conductas económicas de las personas son irracionales, una plétora de científicos empezaron a tratar de descubrir por qué razón se producían las anomalías encontradas por Daniel Kahneman. Haciendo honor a una mezcla de disciplinas que pondría los pelos de punta a la ortodoxia científica, el economista Keith Chen y la psicóloga Laurie Santos, de la Universidad de Yale, montaron un laboratorio de etología (que es la ciencia que estudia el comportamiento de los animales) y se pusieron a estudiar monos capuchinos, para ver si el patrón de conductas económicas encontrado en los humanos aparecía también en otros primates.
Para hacer experimentos, introdujeron el uso de monedas y les enseñaron a los monitos que podían intercambiarlas por alimentos que les ofrecían los colaboradores del laboratorio.
Los monos rápidamente comprendieron las leyes de la oferta y la demanda que gobierna nuestros mercados: eligieron intercambiar sus monedas por los alimentos que se abarataban y restringieron las compras de los que se encarecían, puesto que los investigadores cambiaban cada tanto las cantidades de los distintos alimentos que les entregaban a los simios por una moneda. Además, los capuchinos comenzaron a mostrar comportamientos muy similares a los de los seres humanos presentando numerosos sesgos en sus conductas económicas.
Una pena, porque después de todo la prostitución encaja perfectamente en la lógica explicativa de los modelos económicos más tradicionales. El capitalista posee los recursos y el que se ofrece, la materia prima. Como dice el famoso chiste, el capital crece con el tiempo y se valoriza, mientras que la carne se deteriora y pierde atractivo, por lo que resulta una muy mala inversión comprar una pareja («casarse», en la versión moderna) puesto que se cambia un activo en alza por otro en baja. Siguiendo este razonamiento, mucho mejor negocio es alquilar, así uno puede usufructuar la propiedad mientras está en buenas condiciones y mudarse cuando se le empieza a caer la mampostería. Más allá del chiste, habría sido muy interesante ver si los animales operaban en los mercados del sexo con la misma lógica.
Pero por fortuna para los curiosos, los monos capuchinos no son los únicos animales que practican la más antigua de las profesiones. Los zoólogos Lloyd Davis y Fiona Hunter, estudiaron durante mucho tiempo las colonias de pingüinos Adélie, que hacen sus nidos en las costas de la Antártida e islas adyacentes. Parece ser que el derretimiento de los hielos suele inundar los nidos y pone en serio peligro el nacimiento de las crías, por lo que resulta una práctica habitual construir montículos de piedritas sobre las que se construyen los refugios. Las piedras útiles para la tarea son un bien escaso en las costas antárticas, por lo que una costumbre muy documentada de estas aves es la de robarle piedritas a los vecinos toda vez que estos se distraen. La conducta, y nunca será tan justa la metáfora, tiene patas cortas, porque naturalmente los damnificados suelen propinar golpizas a los cacos, también en el reino animal.
La sorpresa de los investigadores se produjo cuando comenzaron a observar hembras que volvían con piedritas nuevas al nido, pero no habían sido objeto de ninguna represalia. Por el contrario, el dueño del nido las observaba retirándose con sus preciadas pertenencias sin inmutarse: las había recibido a cambio del derecho a una montada.
Pero el premio Cicciolina del reino animal se lo lleva una especie de monos llamados bonobos, ampliamente estudiados por Frans de Waal, quien en su artículo «Bonobos, sex and society»describe la riqueza de la vida sexual de estos animalitos. Si hasta ahora creías eso que dicen de que el hombre es el único animal que tiene sexo por placer, olvidate.
Los bonobos viven en sociedades centradas en las hembras y utilizan el sexo como elemento central en su red de relaciones sociales. No sólo intercambian sexo por alimentos habitualmente, sino que además lo utilizan como elemento pacificador para bajar los niveles de violencia del grupo y «negociar» ante situaciones agresivas. Más aun. Los monitos atrevidos estos tienen un arsenal variado: besos de lengua, frotadas, sexo oral y combinaciones de lo más elaboradas. Eso sí, el mercado no discrimina: los bonobos son gay friendly. Siempre que el que quiera sexo tenga algo con qué pagar, claro.
Martin Tetaz es Economista, egresado de la Universidad Nacional de La Plata, especializado en Economía del Comportamiento, la rama de la disciplina que utiliza los descubrimientos de la Psicología Cognitiva para estudiar nuestras conductas como consumidores e inversores. Actualmente es Diputado Nacional.