Fuente: EL ECONOMISTA

“Put your money where your mouth is”, reza el proverbio inglés que traducido al castellano es algo así como “pon tu dinero donde pones tu boca” y resume de perillas la filosofía de uno de los treinta hombres más ricos del mundo según la revista Forbes. Para entender mejor por qué George Soros amasó una fortuna tan grande (estimada en US$ 19.200 millones) y entender de ese modo un poco mejor lo que está pasando en la Argentina por estos días, quizás convenga refrescar una de las frases de cabecera del magnate, cuyo leit motiv es “encontrar una tendencia cuya premisa sea falsa, y apostar tu dinero contra ella”.

Con esa idea en mente, el húngaro es uno de los pocos financistas que han pasado a la historia. El 16 de septiembre de 1992 apostó 10.000 millones de libras (unos US$ 32.000 millones actuales) y obligó al Banco de Inglaterra a devaluar 25% la libra esterlina contra el dólar, una caída muy similar a la que acaba de sufrir el peso argentino en los últimos dos meses.

No fue, claro está, una tómbola. Soros olió sangre. Las monedas europeas estaban sufriendo presiones devaluatorias que amenazaban con hacerlas abandonar el Sistema Monetario Europeo (una suerte de tipo de cambio fijo coordinado de los países de la Comunidad Europea, paso previo a una moneda común) y comenzaron a subir las tasas para que el interés compensara la expectativa de devaluación tentando a los fondos a quedarse en sus países. El problema es que Inglaterra tenía un alto desempleo y entonces el financista percibió, con buen tino, que no podrían subir las tasas por las consecuencias negativas en el nivel de actividad.

Por supuesto, Soros no tenía ningún problema personal con la corona inglesa, ni estaba en contra del programa político que estaba implementando por entonces John Mayor, el Primer Ministro conservador. Era sólo una cuestión de negocios; el valor de la libra no era sostenible y el húngaro lo vio antes que el resto.

La Argentina actual

En general las devaluaciones de las monedas siempre ocurren porque el valor anterior era “una premisa falsa”, circunstancia que nuestro ministro de Economía conoce muy bien, a tal punto que en el número 203 de la revista especializada Realidad Económica, en un artículo que escribió junto a Augusto Costa y Cecilia Nahón, decía: “(…) pero también se encuentran quienes afirman que no existe una explicación precisa de naturaleza económica para el fenómeno, sino que toda devaluación es producto de una conspiración abierta o encubierta, destinada a desestabilizar al gobierno de turno. De ahí las tranquilizadoras hipótesis del ‘golpe de mercado’, o las más actuales denuncias que atribuyen el desplome de la moneda al canibalismo de los fondos buitres. De este último tipo de interpretaciones se burlaba Keynes en 1923: ‘Cada vez que el franco [léase peso] se deprecia, el ministro de Hacienda cree firmemente que ello se debe a cualquier cosa excepto a causas económicas y lo atribuye a la presencia de un extranjero en las inmediaciones de la Bolsa o a las misteriosas y malignas fuerzas de la ‘especulación’. Intelectualmente, tal actitud no está lejos de la del hechicero africano que atribuye la enfermedad vacuna al mal de ojo echado por un circunstante y el mal tiempo al apetito insatisfecho de un ídolo’ (1996: 17/18)”.

Los especuladores existen, por supuesto. El mismo Kicillof en ese artículo citado decía en relación a ellos: “Más allá de la indudable existencia de estos últimos y de los cuantiosos beneficios que suelen obtener en las ocasiones en que el río está revuelto, no es su intervención el origen del derrumbe sino más bien el inminente derrumbe la causa de su aparición”. Por eso causa un poco de gracia mezclada con cierta cuota de vergüenza ajena escuchar declaraciones de este mismo funcionario acusando a un empresario que hizo una operación de US$ 3,5 millones de especular y buscar la desestabilización del Gobierno.

Primero porque él sabe perfectamente que la causalidad es la inversa; que primero aparece la sangre y después los tiburones. Y segundo porque se entendería que preocupara la participación en el mercado de un especulador que, como Soros, apostara US$ 30.000 millones contra el peso, no US$ 3 millones. Y, por último, porque él mismo lo escribió: “La sobrevaluación implica que una unidad de la moneda nacional tiene mayor poder adquisitivo mundial que el que realmente le corresponde (en condiciones de ‘equilibrio’). Cuando el peso está sobrevaluado los productos del exterior son baratos para los argentinos y los productos argentinos caros para los extranjeros. La sobrevaluación es una situación de algún modo ficticia, que hace que los pesos sean capaces de comprar más dólares de lo que en realidad valen”.

Perspectivas

Entonces, finalizada la fantasía del dólar barato, del deme dos, de las vacaciones en Miami y los importados baratos, sobrevino la devaluación del 25% en los últimos dos meses, pero la situación no parece haberse estabilizado. Hoy hay una partida de poker entre los operadores del comercio internacional y el Gobierno. El BCRA duplica la apuesta, toreando a los exportadores para que liquiden las reservas y a los importadores para que no adelanten pedidos de insumos y stocks. Pone para ello sobre la mesa entre US$ 120 y US$ 160 millones de reservas por día, para tratar de convencer al mercado de que $8 es un valor de equilibrio sostenible para la divisa en el oficial.

Pero los que transan en ese mercado del otro lado del mostrador, no le creen al Banco Central y piensan que se trata de un bluff, y que la autoridad monetaria no podrá seguir sosteniendo la apuesta. La única salida en este contexto es que el BCRA aprenda a jugar al poker y haga “all in” comunicando que está dispuesto a vender hasta el último dólar de reservas para sostener la paridad, cosa que podría hacer vendiendo futuros a $8, por ejemplo. El blue se pincharía automáticamente, porque se demanda como una apuesta a la insostenibilidad de la política cambiaria actual. La economía se estabilizaría así, volverían a entrar dólares, se recuperarían las reservas y, lo que es más importante, bajaría la incertidumbre, permitiendo que se frenen las remarcaciones con motivo de precaución y se estabilicen los precios.

Si, en cambio, se demora el “all in”, la presión persistirá y la sangría de reservas forzará al Banco Central a una nueva devaluación.