En “La desnacionalización del dinero”, Friedrich Hayek planteaba un mundo de competencia de monedas privadas, creadas por instituciones financieras que competían entre sí por proveer el medio de pago más estable, que a la vez sirviera como reserva de valor.

Si el austríaco viviera estaría sin dudas maravillado por el boom de monedas virtuales, porque la competencia con la que soñó finalmente está llegando, aunque no lo hace en el contexto inflacionario de los 70s aprovechando la debilidad del dólar, sino justo en el momento en el que los principales bancos centrales del mundo han logrado dominar la inflación y el dólar, más allá de la caída del último año, se muestra como la moneda más estable, masivamente utilizada tanto para el comercio internacional, como con fines de atesoramiento.

Tampoco esa revolución está llegando de la mano de grandes bancos que explotan su reputación de instituciones seguras y confiables, sino de una nueva tecnología que permite mecanismos de control y gobernanza completamente descentralizados, con contratos de ejecución automática que corren sobre cadenas de bloques que operan como certificados de autenticidad haciendo que sean muy difíciles de falsificar.

Paradójicamente y contra lo que los economistas enseñamos en la facultad, hasta ahora llevan la delantera las monedas más volátiles como Bitcoin o Ethereum.

Con buen tino, Hayek pensaba que se impondrían las que fueran más estables respecto de una canasta de bienes lo suficientemente amplia, por dos simples razones; en primer lugar, porque nadie demanda para fines transaccionales una moneda inestable, porque el comercio intermediado por el dinero, es en última instancia un mecanismo de trueque sofisticado que permite cambiar una mercadería o servicio por la posibilidad de consumir otra cosa hoy o hacerlo en el futuro.

Es difícil pensar que alguien entregaría el fruto de su trabajo hoy a cambio de que una ruleta decidiera si le tocan 5 o 15 kilos de pan. Se supone que va a haber una preferencia por hacer el intercambio con la mayor certeza posible. En segundo lugar, porque tampoco la gente suele buscar opciones de atesoramiento que en la práctica jueguen a la lotería con sus ahorros.

En la teoría, las monedas más demandadas serían las más estables, pero en la práctica, las cripto monedas volátiles buscan ganar mayor estabilidad gracias a la demanda institucional de grandes actores, o a la preferencia de los pequeños inversores que, fascinados con el boom de precios de esos activos digitales, tienen miedo de perderse una gran oportunidad de multiplicar su dinero si se quedan afuera.

Por eso la ruptura de la burbuja de cripto activos que derrumbó el recio del Bitcoin más de 50 por ciento desde su máximo de 64.829 dólares en abril, hasta los 30.000 en que osciló la semana pasada, le hace bien al sistema porque le enseña al público que la volatilidad permite ganar, pero que también se pueden perder muy rápidamente todos los fondos.

 

El Criptosur

La idea de una criptomoneda emitida por un banco central no tiene mucho sentido, porque el atractivo del concepto no está en la característica digital del medio de pago, sino justamente en su independencia de un regulador central; en que el mecanismo de administración descentralizado emerge como respuesta a la desconfianza en la discrecionalidad y abuso de poder por parte del Estado. Después de todo, el dinero emitido por los bancos centrales es cada vez menos papel y más digital; ya casi nadie cobra su salario en un sobre con billetes y masivamente usamos medios de pago electrónicos.

No hay ningún valor agregado en la posibilidad de que el Estado acuñe su propia cripto y la evidencia es el fracaso del Petro en Venezuela. En todo caso, los bancos centrales podrían aprovechar algunas características del Bitcoin, como su emisión acotada y finita, o de las criptomonedas estables, como su paridad respecto al dólar, pero lo mismo pueden lograr con mecanismos monetarios tradicionales como el patrón oro o la convertibilidad.

Sin embargo, hay dos grandes oportunidades a nivel del Mercosur. La primera es que hay muchas remesas de trabajadores de países limítrofes que hoy demandan dólares para poder enviarlos a sus familias y que pagan altos costos de transacción en las firmas que se encargan de esos envíos.

Todo ese tráfico de dinero se podría simplificar y abaratar usando una criptomoneda estable que tenga una composición fija en una canasta representativa de las monedas del Mercosur, ponderadas por su volumen, donde sin dudas el Real tendría el porcentaje dominante.

La segunda, es que esa cripto podría ser la puerta de entrada a una moneda regional que permita su masiva utilización tanto como unidad de cuenta, recuperando la posibilidad de firmar contratos estables de largo plazo en países de alta inflación como Argentina (por ejemplo para crédito hipotecario), como con fines de atesoramiento, reduciendo la demanda de monedas que la región no fabrica y que en la práctica implican la necesidad de un resultado comercial mas superavitario, presionando al alza de los tipos de cambios reales y consecuentemente deprimiendo los salarios.

La masiva utilización de esa criptomoneda regional en contratos de alquiler, paritarias laborales, créditos de largo plazo y comercio entre vecinos es una gran oportunidad para terminar con la inflación en Argentina y aumentar el bienestar en todos los países del Mercosur.

nota publicada en ELDIA.com