La calle, de un empedrado irregular, bordea una plaza colonial fantástica de cuatrocientos noventa y siete años de historia y baja abrazada por casas de distintos colores. Faltan pocas horas para que caiga el sol en la pintoresca ciudad de Trinidad y una morocha de rasgos asiáticos que habla un español con acento norteamericano, negocia el precio de una artesanía en uno de los tantos locales destinados a exprimir la billetera de los turistas que explican el 25% de las exportaciones de la isla.
A primera vista, el local parece uno de los típicos microemprendimientos que florecieron en Cuba, a partir de que el Gobierno de la Revolución, consolidando la tendencia que había iniciado con el decreto 141 del ’93, permitió por Resolución n° 32/2010 del Ministerio de Trabajo y Seguridad Social que unos 500.000 empleados que quedarían “disponibles” por el proceso de reestructuración gubernamental de las empresas improductivas, generaran su propia actividad económica en un abanico de 178 profesiones posibles, que van desde la apertura de un paladar (un mini restaurante doméstico de hasta 20 tenedores) hasta el manejo de un bici taxi, pasando por Fotógrafo, Electricista, Elaborador de jugos, Masajista, Pintor, Peluquero, Productor de artículos del hogar, Programador de equipos de cómputo, etcétera.
Sin embargo para quien ya ha pasado antes por el mercado de artesanías de la ciudad de Cienfuegos, a escasos 90 kilómetros de este bello patrimonio de la humanidad, la similitud de las piezas en oferta resulta evidente, sugiriendo la existencia de algún tipo de taller mayorista que provee a los locales y puestos de uno y otro lugar. Capitalismo de libro de texto.
La emergencia de negocios particulares y formas primitivas de propiedad privada es una consecuencia del proceso de reestructuración económica que se inició en los ´90 luego de la caída del imperio soviético. Una realidad que ha llegado para quedarse; una exitosa prueba piloto que potencialmente puede significar la puerta de entrada del país a un crecimiento económico sostenido y genuino, tal vez comparable al que se está produciendo en algunas regiones de Asia.
En los 25 años previos al abandono del socialismo por parte de Rusia, la producción cubana se había concentrado de manera predominante en el sector agropecuario, básicamente de caña de azúcar, a los efectos de cumplir con la cuota de 10 millones de toneladas acordada con la URSS en 1964 y comprometida como parte del plan de distribución internacional del trabajo del Consejo de Ayuda Mutua Económica (CAME), esquema de integración al que la isla se incorporó en 1975 y que según los investigadores cubanos Sanchez Egozcue y Cordovi le garantizó a la tierra de Fidel 36,4 centavos por libra de azúcar, cuando su precio en el mercado internacional rondaba los 11,5 centavos.
El acuerdo permitió relajar la restricción externa, pero al costo de limitar la diversificación productiva a punto tal que en 1990 el 91,2% de los ingresos por exportaciones provenían de la venta de azúcar.
Agotado este beneficio, Cuba experimenta la peor recesión de su historia con una caída del PBI de 35% en 4 años y recién logra recuperarse en 1994 luego de que, como indican las investigaciones de Julio Díaz Vázquez, comenzaran a hacer efecto un conjunto de medidas reactivas tomadas por la Revolución; a saber: “La apertura al capital extranjero, la despenalización de la tenencia de divisas, los cambios en el uso de la superficie agrícola con el traspaso de la tierra en usufructo permanente y gratuito a colectivos obreros, la entrega de terrenos ociosos a individuos y familias para cultivos forestales y producciones exportables, etcétera”.
Si bien es cierto que la estructura del comercio exterior ha cambiado radicalmente y los servicios médicos que presta Cuba en el marco del ALBA representan hoy en día el 50% de sus exportaciones (hay cerca de 30.000 médicos y trabajadores sociales en Venezuela), el ingreso de dólares que antes provenía de la azúcar fue inicialmente reemplazado por el turismo y las remesas que envía el millón de cubanos residentes en los Estados Unidos.
Sumando ambas cosas, las divisas se han duplicado, pero el cambio cualitativo está produciendo una transformación social espectacular en la isla.
Piense el lector que, según el Anuario 2010 de la Oficina Nacional de Estadísticas, el salario promedio de la economía era de 448 pesos cubanos (unos 19 dólares) y aunque los ciudadanos cubren cerca del 50% de su dieta con la canasta básica que les entrega el gobierno de manera gratuita y los precios del resto de los alimentos son realmente mucho más baratos que en cualquier país capitalista, lo cierto es que el acceso a cualquier otro bien que no sea alimentos, educación y salud es realmente muy acotado porque el resto de los bienes debe comprarse en el mercado que funciona con la moneda paralela dolarizada (CUC) que circula a la par del peso cubano.
En ese contexto se produce una fragmentación social muy grande entre aquellos cubanos que acceden a las divisas y el resto de la población, puesto que como indica el trabajo de Añé, Ferriol y Ramos casi el 40% de las remesas (que son cerca de 1.500 millones de dólares) son recibidas por el decil más alto en la distribución del ingreso, de modo que prácticamente existe un millón de habitantes recibiendo 600 millones de dólares anuales, lo que arroja un equivalente a 50 dólares mensuales per cápita. El segundo decil recibe un 20% de los envíos de dólares, lo que representa unos 25 dólares por mes para cada uno de sus integrantes. Así las cosas, solo ese top 20% de la distribución puede acceder a bienes de consumo que trascienden lo meramente alimentario.
La otra alternativa de la población es captar dólares del turismo vía el trabajo por cuenta propia (o la realización de alguna actividad ilegal, como la prostitución, o la reventa de mercadería robada al estado), pero puesto que resulta costoso montar un micro emprendimiento, son en general los mismos hogares que tienen acceso a las remesas los que logran juntar el capital necesario para iniciar una actividad productiva privada, lo que refuerza el problema distributivo.
Dicho esto, quiero dejar en claro que soy muy optimista respecto de las potencialidades de esta nueva estructura productiva que se está generando.
Es probable que los trabajadores cubanos tarden un tiempo en descubrir la enorme cantidad de actividades y negocios que pueden desarrollar en el marco de las profesiones que les regula la ley y puede que al principio no tengan tolerancia al fracaso y no comprendan que es natural en cualquier actividad empresarial que algunos negocios triunfen y otros no.
Pero tarde o temprano el éxito de los pioneros irá enseñándole el camino al resto y la propia desigualdad distributiva que ya comienza a generarse constituirá un potente incentivo para que los trabajadores abandonen los empleos públicos en la búsqueda de un ingreso que normalmente duplicará con creces el que hoy obtienen.
Es razonable pensar que el Estado será el principal interesado en el éxito de este proceso, puesto que en virtud de la Resolución 286/2010 del Ministerio de Finanzas y Precios, prácticamente entre el 60% y el 70% del valor agregado por estos micro emprendimientos es captado por el esquema impositivo allí establecido.
Para potenciar el desarrollo económico del cuentapropismo basta con que el nivel de apertura a la iniciativa empresaria sea similar al que está experimentando la propia China y se permita a los capitales privados la instalación de actividades productivas que, con asiento en la isla, contraten trabajadores locales y generen divisas aprovechando la espectacular competitividad que puede lograrse con la combinación de salarios incluso mucho más bajos que los de Asia, un nivel educativo de la población similar al de un país de ingreso medio como Argentina, Uruguay o Chile y un estado de salud asimilable al de cualquier país europeo.
Cuba puede así diversificar su producción y ganar en independencia económica al dejar de depender exclusivamente de acuerdos comerciales preferenciales que ponen a la isla en una situación de extrema vulnerabilidad ante cambios en las condiciones del comercio internacional y la política mundial.
Obviamente subirán los salarios en toda la isla y crecerá de manera espectacular la productividad de toda la economía (incluyendo la que continúa bajo dirección centralizada), lo que ocasionará problemas de crecimiento que la Revolución deberá aprender a administrar, incluyendo probablemente el aumento de la violencia y el delito (hoy prácticamente inexistentes en comparación al resto de Latinoamérica), algún que otro brote inflacionario y problemas de infraestructura.
Estoy convencido que el gobierno comprenderá que la profundización del cambio resulta ineluctable y que quienes volvamos a visitar La Habana dentro de 10 o 15 años no reconoceremos la ciudad y nos encontraremos con una pujanza similar a la que se respira en Nueva Deli, Buenos Aires o San Pablo.
Sé que algunos pueden pensar que esto no será posible, que el gobierno dará marcha atrás, que todo el progreso que se ha logrado en estos últimos años es mero maquillaje. Pero la historia enseña que las revoluciones no son un fenómeno exógeno que se implanta desde afuera, sino un movimiento social que cuando brota se torna imparable. La revolución no hubiera sido posible si no se hubiera encontrado hace cincuenta años con un pueblo analfabeto, enfermo, primordialmente campesino, que era paria en su propia tierra. Su rotundo éxito la obliga a repensarse
Las presiones sociales que genera el nuevo esquema de ingreso de remesas, de divisas provenientes del turismo, y de valor generado por los cuentapropistas son a esta altura imparables y estoy seguro que la propia Revolución sentirá el momento histórico y liderará el cambio.
Martin Tetaz es Economista, egresado de la Universidad Nacional de La Plata, especializado en Economía del Comportamiento, la rama de la disciplina que utiliza los descubrimientos de la Psicología Cognitiva para estudiar nuestras conductas como consumidores e inversores. Actualmente es Diputado Nacional.