El 29 de enero del corriente año, el New England Journal of Medicine publicó una investigación de Qun Li y 44 colegas del «Chinese Center for Disease Control and Prevention» y otras instituciones asiáticas, en el que calculaban, sobre la base de una muestra de 425 personas contagiadas en Wuhan, que por cada caso que contrajera la enfermedad, se contagiarían 2,2 personas en promedio. A la postre ese indicador famoso entre los epidemiólogos se transformaría en un lugar común del análisis de los medios de comunicación, con su propio nombre y apellido: Ro.
Como toda estimación hecha a partir de una muestra, el 2,2 calculado por los chinos era un promedio y tenía un margen de error; la verdadera tasa de contagio podía estar en algún lugar entre 1,3 y 3,9. En el primer caso no habría que preocuparse, pero si cada persona infectaba a otros 3,9, en 17 semanas el planeta entero estaría contagiado.
Cuando el paper vio la luz habían trascendido 2700 casos en China y solo 30 en otros países, la mayoría de los cuales había estado en el epicentro del virus. Al día de hoy se registran 2.710.000 contagios y 190.000 muertos.
Viendo en carne propia la velocidad a la que se esparcía el Covid-19, el mundo se dividió entre los que entendían el principio básico del crecimiento exponencial y los que se habían salteado esa clase en el colegio secundario. Los epidemiólogos explicaron entonces que, aunque solo el 5% de los infectados requería asistencia de cuidados intensivos, la velocidad a la cual crecían los contagios desbordaría pronto la capacidad de los sistemas de salud mejor preparados del mundo.
La clave pasaba por aplanar la curva, un mantra que se lograba con distanciamiento social e higiene extrema: dos requisitos difíciles de cumplir en sociedades de consumo modernas, donde la gente se hacina en medios de transporte, esquinas concurridas, cines, bancos, restaurantes, shoppings y supermercados. El gráfico se hizo famoso y el concepto caló tan profundo que muchos países entraron en cuarentenas de distinto tipo, yendo desde la suspensión de clases y cierre de teatros y bares en zonas puntuales, hasta la interrupción de toda actividad económica, excepto la producción de bienes esenciales.
Por imposición de los gobiernos o por efecto del miedo, el mundo se apagó. Las proyecciones indican que la economía de los Estados Unidos caerá un 35% en este trimestre y los números de la Argentina son incluso peores: cada jornada de cuarentena se pierde el 40% de la producción.
Lo cierto es que, por las buenas o por las malas, el distanciamiento social aplastó la curva y lejos de ver el crecimiento exponencial que observamos en marzo, llevamos tres semanas oscilando entre 90 y 110 casos diarios en promedio, mientras la cantidad de testeos se ha multiplicado por tres desde el último día de marzo. Lo mismo está ocurriendo prácticamente en todo el mundo, particularmente en Estados Unidos, Francia y Alemania, tres de los lugares que parecían más fuera de control hace veinte días y que tuvieron en la última semana menos casos nuevos que en la anterior.
Lo que sugiere este dato es que el distanciamiento social está matando al Ro y que el virus perdió su potencia exponencial. Lejos de la saturación del sistema de salud que hubiera ocurrido si no se tomaban las estrictas medidas dispuestas, hay solo 141 personas internadas en terapia intensiva; menos del 5% de las 3000 camas disponibles para el Covid-19. Esto demuestra que el peor de los males, hasta el momento, se evitó.
Sin embargo, el segundo peor de los males es seguir perdiendo un 40% del PBI de cada día, con capacidad excedente en los hospitales. Gestionar es encontrar los equilibrios y ciertamente un derrumbe del 40% de la economía no se justifica si el sistema de salud no desborda, porque esa fue la razón por la que entramos en cuarentena.
Por supuesto, esto no quiere decir que se pueda salir de la cuarentena mañana y volver a la normalidad como si nada hubiera ocurrido, porque el número total de infectados cada día es un promedio y, como toda media, no nos dice nada de la distribución de los casos. Si miramos lo que ocurre en cada región, hay provincias enteras que no han tenido ningún caso, como Catamarca o Formosa, y otras seis que tienen menos de 10 casos declarados, cuatro de ellas sin ninguna novedad en la última semana, lo que indica que no tienen circulación viral.
En todos esos lugares no tiene ningún sentido paralizar las actividades. Habrá que tomar todos los recaudos, sobre todo en el ingreso de personas desde otras regiones y probablemente mantener restricciones a las grandes aglomeraciones, pero puede ser plausible volver al esquema de la semana previa a la cuarentena.
Al mismo tiempo, en la provincia de Buenos Aires, por ejemplo, se duplicaron los casos nuevos en las últimas dos semanas y, por su alta tasa de interacción, obliga también a la Ciudad de Buenos Aires (CABA) a extremar los recaudos, incluido cuando CABA lleva cuatro semanas consecutivas estabilizada en la cantidad de casos diarios. En toda la región metropolitana la cuarentena tendrá que seguir, más allá de la consideración de alguna actividad puntual.
En el medio de estos extremos es donde resulta más difícil decidir. El científico y divulgador español Tomas Pueyo sugirió el camino que parece más sensato. Se trata de construir un panel de control en el que se ordene a las actividades y regiones desde la de menor riesgo de transmisión (como la minería en Catamarca), a las más peligrosas (como los cines en el área metropolitana de Buenos Aires), y luego se las clasifique según su impacto inmediato en el PBI, yendo desde las de alta contribución (como la construcción de grandes obras) a las de bajo aporte comparativo (como la burocracia administrativa pública y privada, que no pierde mucho si se hace por teletrabajo).
La reapertura de actividades y regiones obligará a testear de manera más intensiva a grandes grupos de personas elegidas al azar, como acaba de hacer el Gobierno en la estación de trenes de Constitución, de manera de tener información rápida en tiempo real que permita volver a cerrar el grifo si se detecta circulación del virus y se corren riesgos de saturar el sistema de salud.
Martin Tetaz es Economista, egresado de la Universidad Nacional de La Plata, especializado en Economía del Comportamiento, la rama de la disciplina que utiliza los descubrimientos de la Psicología Cognitiva para estudiar nuestras conductas como consumidores e inversores. Actualmente es Diputado Nacional.