Hasta 1944 la inflación no era un problema en Argentina; el promedio de aumento de precios en esos primeros 44 años del siglo pasado fue de solo 1,2% anual: un país normal. Sin embargo, en los 10 años siguientes la economía acumuló 582% de inflación en un contexto de distorsiones de todo el sistema de precios, con tres dólares diferentes; uno para exportación, otro para importación y uno libre, con una brecha del 237% entre esos tipos de cambio. Hasta 1991, gobiernos de todos los signos políticos intentaron domar la inflación sin éxito; pasaron el plan Alsogaray, el Krieger Vasena, el Gelbard, el Martínez de Hoz y el Austral.
En la década del 80, en las canchas de fútbol el cantito de moda era “X va a salir campeón, X va a salir campeón, el día que la vaca vuele y en la Argentina baje la inflación”. En el imaginario popular, las chances de que efectivamente bajara la inflación eran equivalentes a que volara una vaca. Y en los 90 la vaca voló, pero el costo para nuestro país fue alto porque en la práctica, la convertibilidad se transformó en una convergencia del peso al área monetaria del dólar y los shocks que enfrentaba la moneda norteamericana no tenían nada que ver con las particularidades del ciclo económico nuestro.
Primera lección; si no existe plena flexibilidad de precios y/o una alta movilidad de factores, ir a un área monetaria en la que se pierde la posibilidad de devaluar es un suicidio salvo que los ciclos económicos de los países que ceden su soberanía monetaria sean similares a los de la moneda que adoptan.
Por esta razón, países como El Salvador, o Puerto Rico están dolarizados de manera exitosa, del mismo modo que podría hacerlo Venezuela, porque sus economías dependen, por exportaciones o por remesas, de la de Estados Unidos.
Pero Argentina no tiene tanta relación ni comercial ni en materia de inversiones, con Norteamérica. Estados Unidos recibe solo el 7,8% de nuestras exportaciones, mientras que Brasil explica el 16%. España es el principal inversor en el país y los EEUU recién están en segundo lugar. De manera interesante, el ciclo económico Argentino correlaciona mas con Venezuela y luego con Brasil, mientras que nuestra relación con el dólar se explica centralmente por la formación de activos externos.
Desde el punto de vista práctico, es cierto que puede llevar muchos años coordinar la convergencia y obviamente exigiría la aprobación de ambos parlamentos, pero probablemente sería mucho mas simple si Argentina adoptara al Real como su moneda; así, en vez de Dolarizar, Realizaríamos la economía. Esto tampoco se hace de la noche a la mañana, pero en un contexto en el que muchos pensaban a que tanto Macri como Bolsonaro detonarían el Mercosur, los presidentes doblaron la apuesta, patearon el tablero e instalaron un tema, que al menos en el caso del argentino, le permite recuperar protagonismo y poner el eje del debate mirando hacia delante.
Dicho esto, una moneda común con fuerte peso del Banco Central de Brasil, nos permitiría converger rápidamente a la inflación Brasileña que cerro el 2018 en 3,75% y que en el mes de mayo fue de tan solo 0,13%. También bajarían fuertemente las tasas de interés en esa moneda, crecerían el crédito y la inversión, empujando hacia arriba la actividad económica y bajando el desempleo. Además, aumentaría mucho el comercio entre los socios y se profundizaría la integración financiera fomentando mayor competencia de los bancos, puesto que bajarían los costos de transacción.
Pero todas estas ventajas no evitarían los desmanejos fiscales que han caracterizado las finanzas públicas de los últimos 75 años. Argentina sistemáticamente ha gastado por encima de sus posibilidades; solo hemos tenido superávit financiero entre el 2003 y el 2008, en parte porque teníamos un alto porcentaje de la deuda en default. El mejor ejemplo es Ecuador, que sí, logró eliminar la inflación con su dolarización, pero tiene 600 puntos de riesgo país
Ir al Real tampoco reduciría los costos de una burocracia imposible, que según el calculo del banco Mundial, hace que en Argentina se pierdan 341 días de tramites para poder perfeccionar los permisos para una construcción, mientras que en Chile son 195 y en Colombia 132. Y finalmente no evitarían la industria de los juicios laborales que hace que sea tan costoso producir en el país.
La ecuación de rentabilidad de cualquier negocio depende del precio al que vende su producto (si es que tiene demanda interna o externa para hacerlo) y de los costos. Dentro de estos últimos se destacan el laboral, el energético, el impositivo y el financiero. En Argentina lo que la política no ha podido hacer para reducir esos y costos y ganar competitividad, tarde o temprano lo termina haciendo una devaluación.
Ir a una moneda común bajaría los costos financieros y aumentaría el acceso a mercados para nuestros productos, pero también implicaría renunciar a ese atajo histórico que ha sido devaluar; con sus pros y sus contras. Habría más presión para que la política efectivamente resuelva los problemas de fondo, pero también habría más recesión y desempleo si eso no ocurre.
Martin Tetaz es Economista, egresado de la Universidad Nacional de La Plata, especializado en Economía del Comportamiento, la rama de la disciplina que utiliza los descubrimientos de la Psicología Cognitiva para estudiar nuestras conductas como consumidores e inversores. Actualmente es Diputado Nacional.