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“En todas las ficciones, cada vez que un hombre se enfrenta con diversas alternativas, opta por una y elimina las otras; en la del casi inextricable Ts’ui Pên, opta —simultáneamente—por todas. Crea, así, diversos porvenires, diversos tiempos, que también proliferan y se bifurcan”.

En una de las bifurcaciones de los laberintos de Borges, Fernandinho intercepta el pase alemán y evita que Toni Kroos se haga de la pelota y termine habilitando a Miroslav Klose para poner a los teutones 2 a 0 arriba. El asedio de los brasileños surte efecto y el Mineirao termina explotando de algarabía porque los locales finalmente imponen su historia y su camiseta.

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En una vida paralela, el número 5 de Brasil apenas roza la pelota, deja a su equipo desguarnecido y no puede evitar que Kroos conecte con el goleador del Mundial, la pelota termine en la red a los 22 minutos del primer tiempo y los brasileños entren en pánico por no tener la capacidad mental de asimilar las consecuencias no deseadas del azar

Como quiera que haya sido la historia, hay pocas dudas de lo que ocurrió en el Mundial de Fútbol 2014. Brasil quedó grogui, como esos boxeadores que reciben un golpe tan certero que extravían por un momento la capacidad de comprender lo que está pasando alrededor. El conjunto de la verdeamarela perdió la cabeza y con un rival letal como Alemania eso se paga con sangre: recibió dos goles más en los próximos 3 minutos y quedó 4 a 0 abajo en el marcador cuando habían transcurrido tan solo 26 minutos del primer tiempo.

Aunque no había existido semejante diferencia en el juego —Brasil era local, tenía una paternidad histórica de 12 encuentros a 4 en las 21 oportunidades que se habían enfrentado con los alemanes y era, por eso y por su plantel, uno de los favoritos para ganar el Mundial—, su incapacidad para comprender y asimilar una racha negativa lo condenó a acabar sufriendo una de las goleadas más humillantes de toda la historia de los mundiales, en ese 7 a 1 que nunca se olvidará.

Me tranquilizaría pensar que esas realizaciones alternativas del destino existen en algún lugar o en algún tiempo, porque sería un modo de humanizar el azar, de hacerlo menos determinante, más intrascendente. Pero dudo profundamente de que sea así. La realidad es que vivimos vidas que se bifurcan permanentemente, no ya por las elecciones que premiarían a los que tomen las mejores decisiones, sino por obra y gracia de la suerte que termina imponiendo una sola de todas las posibles trayectorias.

Algunos, como el creador de Apple Steve Jobs, son conscientes de lo importante que fue la suerte para ellos, y tienen la grandeza de reconocerlo públicamente, como lo hizo el norteamericano en una memorable conferencia que dictó en Stanford durante la ceremonia de graduación de 2005, pero la gran mayoría muchas veces no nos damos cuenta del papel preponderante que juega el azar. Cuando las cosas salen bien con ayuda de la casualidad, el costo de ignorarla es la soberbia, que no enorgullece pero tampoco mata.

d0080bEn cambio, cuando enfrentamos las rachas negativas de mala suerte, el riesgo es que creamos que estamos haciendo algo mal; lo que yo en este libro denomino el “efecto Gaudio” en referencia al extraordinario ganador de Roland Garros, que contrastaba su enorme talento en la cancha con una incapacidad de igual tamaño para entender y procesar las consecuencias negativas del azar. No se bancaba que no le salieran las cosas, y eso es algo que le pasa a todo gran jugador en cualquier deporte. Michael Jordan dijo una vez: “He fallado más de 9.000 tiros en mi carrera. He perdido casi 300 partidos. 26 veces han confiado en mí para lanzar el tiro ganador y lo he fallado. He fallado una y otra y otra vez en mi vida. Y es por eso por lo que tengo éxito”.

Muchas veces los errores se producen por que uno hace realmente algo mal. Me contó un día Miguel Rivas, experto en cultura china, que en general los asiáticos nunca fracasan, que para esa filosofía se gana o se aprende. Pero los latinos somos mucho más temperamentales, nosotros ganamos o nos calentamos. Incluso nos enojamos cuando no hay réplica ni efecto posible en el objeto de nuestra ira como sucede, por ejemplo, cuando no funciona la impresora o se cuelga la computadora.

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El objetivo de este libro es que comprendamos el azar, que veamos los efectos de la suerte y que seamos capaces de administrar las consecuencias, que demos juntos el paso que distingue al gran jugador del campeón, al que casi llega del que llegó, al gerente del subalterno, al que influye y construye el futuro de quien solo se queja y lo lee en los diarios, en forma de pasado.