Jorge Luis Borges decía que “Somos nuestra memoria, somos ese quimérico museo de formas inconstantes, ese montón de espejos rotos.”
En La Memoria de Shakespeare dobla la apuesta “La memoria del hombre no es una suma; es un desorden de posibilidades indefinidas. San Agustín, si no me engaño, habla de los palacios y cavernas de la memoria. La segunda metáfora es la más justa.”
Durante mucho tiempo se pensó que la memoria funcionaba como un gran cassette (o para estar más acorde a los tiempos actuales un poderoso pen drive) en el que se almacenaba el recuerdo perfecto de cada unos de los eventos por los que habíamos pasado.
Luego de las investigaciones de Alan Baddeley, Endel Tulving, Daniel Shackter y Elizabeth Loftus sabemos que más bien se trata de un mecanismo bastante imperfecto que solo guarda de manera parcial y fragmentada nuestras experiencias.
Sabemos además que el almacenamiento de datos no tiene lugar en un solo “cajón” de nuestro cerebro, sino que básicamente existen tres tipos de memorias distintas; la memoria procedural, la memoria episódica o autobiográfica y la memoria semántica.
La primera de ellas es de tipo implícito y tiene que ver, como lo indica su nombre, con el recuerdo de habilidad procedurales, como por ejemplo cómo andar en bicicleta, cómo manejar, cómo atarse los cordones, etcétera.
La memoria episódica, por su parte, refiere a la asimilación de las experiencias vividas ya sea directamente o a través de una película, un relato o una obra literaria en las que el sujeto puede sentirse parte de algún modo, a veces porque imagina, otras veces porque directamente participa. Esta es la memoria que nos permite acordarnos de lo que hicimos en nuestro último cumpleaños, del día que dimos el primer beso, o nos mandamos una travesura de la infancia.
Finalmente, el tercer tipo de memoria es la involucrada en el recuerdo de hechos concretos, nombres, fechas, formulas. Es el mecanismo de memoria en el que almacenamos las normas sociales, nuestro conocimiento de las leyes, de la geografía o de la historia del siglo XIX.
Ahora bien, no solo la memoria participa como alimento de la melancolía o prolongador temporal de placeres y sinsabores, sino que básicamente resulta un insumo fundamental a la hora de tomar decisiones sobre nuestro futuro, de pensar, de soñar y de proyectar.
Gracias a los avances en neuroanatomía y en particular a las contribuciones de Antonio Rangel se ha descubierto que existe un área de nuestro cerebro denominada Corteza Pre Frontal Ventro Medial que es la encargada de sopesar los valores de distintas alternativas a la hora de tomar una decisión. Lo interesante es que para que este sector del cerebro pueda hacer su tarea necesita asignarle un valor a cada una de las alternativas y para ello debe recurrir necesariamente a la memoria.
En primer lugar indagará en la memoria episódica buscando circunstancias similares experimentadas con anterioridad. Eso es lo que sucede cuando tenemos que decidir entre comer helado de chocolate o ensalada de frutas a la hora de los postres. Sabemos con bastante precisión qué placer derivaremos de cada una de esas opciones porque nuestra memoria episódica ha almacenado varias experiencias anteriores en las que hemos incurrido en cada unos de esos postres y además como nos enseñara el Dr. Antonio Damasio, lo ha hecho con un marcador somático asociado; un toque emocional que será el responsable de que en vez de recordar con la mente lo hagamos con el cuerpo, y que podamos por ende asignarle un valor somático a las alternativas.
Solo en ausencia de experiencias autobiográficas sobre un tema, buscará el cerebro información en la memoria episódica a los efectos de decidir basándonos en los que nos han dicho o hemos escuchado o leído sobre las distintas alternativas, como le sucede a quien debe elegir el destino de su luna de miel entre diversos sitios que jamás ha visto antes, solo que esta vez la emoción no podrá ayudar porque el marcador somático estará por lo general ausente.
O sea que la función de la memoria no es la de recordar el pasado per se, tan es así que la naturaleza se encarga de que a medida que nos volvemos viejos esa capacidad se deteriore notablemente.
No, la memoria es un espejo en el que proyectamos el futuro para poder decidir, es la base de nuestro futuro, de allí que resulte cada vez menos funcional evolutivamente hablando a medida que nos vamos acercando al último de nuestros días.
Pero como muestran Loftus y Shackter es un espejo bastante poco confiable, algo que el propio Borges sabía perfectamente tan es así que adjetivó la metáfora refiriéndose al “montón de espejos rotos”. Estos psicólogos cognitivos, no solo demostraron que prácticamente no existen dos personas que guarden un recuerdo igual sobre el mismo suceso, sino que resulta muy difícil encontrar un testigo que recuerde con precisión lo que efectivamente pasó, como puede comprobarse en juicios en los que existen pruebas fílmicas que ponen en ridícula evidencia nuestra frágil memoria. Incluso más Loftus hizo varios experimentos en los que probó que es posible implantar falsos recuerdos de modo que la gente crea haber vivido cosas que en realidad no le ocurrieron.
Ok esta gente implantó memorias triviales, como el falso recuerdo de haberse perdido en un shopping o haberse indigestado de niño comiendo huevos duros, pero el punto es que la vulnerabilidad del mecanismo quedó demostrada y se comprobó científicamente que la memoria no es una grabación impoluta que se consulta cada tanto, sino el producto de una construcción permanente que se recicla cada vez que se recuerda.
El 24 de marzo se cumplen 38 años del último y más nefasto golpe de estado que sufriera nuestro país. La fecha se antoja un tanto irrelevante porque la historia es un proceso y la memoria surte efecto hacia delante, carece de toda retroactividad.
La memoria del proceso tiene un componente fuertemente autobiográfico, episódico, para quienes lo vivieron en carne propia. Para todos ellos es “un montón de espejos rotos” en los que resulta imposible evitar que se refleje cada uno de los días vividos después y los que aún quedan por delante. Nuestros viejos y nuestros abuelos son su memoria y lo seguirán siendo aunque con matices porque ese “quimérico museo tiene formas inconstantes” y cambia y se resignifica cada una de las veces que su anatomía es invocada y la marca somática resulta llamada al presente, haciendo que el recuerdo duela en los huesos, se anude en la garganta y explote en el llanto.
Para los que éramos muy chicos o los que nacieron después, en cambio, el recuerdo e esa época negra es directamente procesado en la memoria semántica y solo indirectamente asociado a la memoria episódica. En su mayor parte tiene forma de “Nunca Más”, de libro de historia, de relato periodístico, que se almacena con pocas huellas emocionales. Pero cuando ese relato es transmitido cara a cara por los que lo sufrieron en carne propia, ni el más autista de los mortales puede evitar imaginarse la historia, sentirse parte de ella y tocarla con las entrañas de sus emociones más profundas, dejando una marca mnémica en la memoría episódica, porque puede que no recuerde el frio día del invierno del ’76 en el que mis viejos tuvieron que huir, pero ciertamente conservo las heridas de la influencia que sus recuerdos tuvieron en el resto de sus vidas y de eso si me acuerdo en primera persona, porque fui uno de los tantos que directa o indirectamente mamamos leche con sangre.
El 24 de marzo es el día de la memoria, la verdad y la justicia.
Algo de justicia por suerte hubo (bastante si lo comparamos con otros genocidios), pero no existe una verdad ni una sola memoria.
Cada uno construye ambas cosas permanentemente y no deja de hacerlo sino hasta que muere, pero si queremos que esa historia no se repita y que su recuerdo sirva como un espejo para proyectar nuestro futuro, de nada sirve una fecha en el almanaque o una pensión que apunte a restituir una dignidad ultrajada.
La memoria se construye viviendo una vida que resulte el reflejo de lo aprendido en el pasado, de lo sufrido y de lo disfrutado.
La memoria se trasmite con el ejemplo. El que me dio mi viejo, el que me sigue regalando mi vieja con su conducta y su ejemplo. Esa es mi memoria. Ese es mi futuro.
Papá, Lore, Tito, Mamá (y Neto que está sacando la foto)
Martin Tetaz es Economista, egresado de la Universidad Nacional de La Plata, especializado en Economía del Comportamiento, la rama de la disciplina que utiliza los descubrimientos de la Psicología Cognitiva para estudiar nuestras conductas como consumidores e inversores. Actualmente es Diputado Nacional.
Edificantes reflexiones de alguien comprometido con la vida. De ellas surgen rostros ligados a nuestras propias vidas. No puedo menos que asociarlas, por extensión, con los que están en puestos de gobierno. Esos para los que SIMPLEMENTE somos números; no ciudadanos o humanos con derechos. Ojalá Martin sea escuchado cuando nos defienda de los delincuentes en el poder.