Fuente: ELDIA.COM

Mucho se ha hablado sobre la privatización de la educación básica en nuestro país. En el libro “Radiografía de la Educación Argentina”, Alex Rivas, del Cippec, muestra que mientras la participación de la matrícula privada en el total de alumnos de la escuela secundaria ha oscilado en torno del 30% en los últimos años, en el nivel primario las instituciones privadas pasaron de llevarse el 21% al principio de la década a absorber ahora el 26% de la matrícula.

El argumento oficial es que como mejoró la situación económica de las familias, ahora buscan mandar a sus hijos a escuelas privadas, pero si esto fuera así confirmaría la pésima calidad de lo que producen las aulas públicas.

Los economistas clasificamos a los bienes en normales o inferiores dependiendo de la reacción de la gente ante cambios en el ingreso. Los bienes inferiores son aquellos de baja calidad que se demandan cuando no queda mucha alternativa, como típicamente sucede con las segundas marcas o los productos alimenticios tan económicos como poco proteicos (fideos, polenta, arroz, etcétera). En este tipo de bienes, efectivamente la demanda cae cuando engorda el bolsillo de los consumidores, porque estos migran su demanda hacia productos de mejor calidad. Con el perdón de la marca, lo que están admitiendo quienes sostienen que el vuelco de la clase media al sistema privado se produce porque ahora ganan un poco más, es que la escuela pública es una Manaos (bebida de segunda marca).

¿QUE OCURRE CON LAS UNIVERSIDADES?

La novedad, a partir de la reciente publicación del Anuario de Estadísticas Universitarias del ministerio de Educación es que un fenómeno de privatización similar está ocurriendo en las Universidades, porque en un contexto en el que la matrícula pública aumentó sólo un 14% en los últimos 10 años (la menor tasa de crecimiento del sistema desde el regreso de la democracia), la cantidad de alumnos de las casas de estudios privadas se incrementó en un 87% en el mismo periodo.

Por esta razón, la Presidenta, en su último discurso de apertura de sesiones en el Congreso, no se refirió a la evolución de la matrícula y prefirió en cambio hacer hincapié en la cantidad de graduados. En efecto, los egresos fueron en el 2012 un 30% mayores que en el 2002, pero ello se debe a que como los alumnos tardan en promedio ocho años y medio en recibirse, están egresando los que entraron al sistema cuando todavía la matrícula crecía a altas tasas. Si la primera mandataria calculara el porcentaje de graduados en relación a los ingresantes que tuvieron las universidades hace nueve años atrás (que es como realmente debe hacerse la comparación) vería que la mayor cantidad de títulos obedece a la gestión del sistema anterior a su ingreso al sillón de Rivadavia.

La noticia se conoció esta semana a raíz de un trabajo del Centro de Estudios de la Educación Argentina, que dirige Alieto Guadagni, y levantó tanta polémica que fue duramente criticada por el periodista Víctor Hugo Morales, en su programa matutino del viernes.

Pero los datos del informe son irrefutables. Luego de dos décadas de duplicar la matrícula, las universidades públicas están creciendo menos y la demanda parece estar migrando al sistema privado acá también. Sin embargo, la explicación del fenómeno parece ser en este caso diferente.

UN MERCADO DE TITULOS HABILITANTES

A diferencia de lo que ocurre con la (errónea) percepción de que la escuela privada es mejor que la pública, los alumnos que van al sistema privado buscan masivamente universidades de baja exigencia, donde el dinero permite ahorrar horas de estudio y esfuerzo.

Así, mientras que en las carreras correspondientes a las Ciencias Básicas sólo el 5% de la matrícula va a instituciones privadas, en Ciencias Sociales la demanda trepa al 28%.

Por supuesto, no todas las universidades privadas son góndolas de títulos enlatados, pero las que se destacan por su eximio nivel, como la Universidad Austral, Di Tella, San Andrés, Favaloro o el ITBA, son las menos masivas y su matrícula es tan acotada comparativamente que no mueven la aguja del sistema privado y no pueden dar cuenta del éxodo que muestran los grandes números.

Si se toma por ejemplo el Ranking Iberoamericano de Universidades, que produce el Scimago Institutions Rankings, en base a la producción científica de las universidades, sólo 13 privadas aparecen entre las mejores 50 universidades argentinas. De esas instituciones que producen investigación y generan conocimiento, las mejores 5 del ranking que mencionamos en el párrafo anterior acumulan 8.458 alumnos, mientras que las 5 peor posicionadas tienen 87.820 estudiantes. Si el número resulta contundente como prueba de que el éxodo masivo al sistema privado no migra en busca de calidad, piense que de las tres privadas más grandes del país, sólo la UADE integra el ranking ( en el último puesto de la producción científica por alumno), mientras que la Católica de Salta, que tiene 25.599 estudiantes (paradójicamente casi el doble que la Católica de Buenos Aires) no figura en el ranking y tampoco aparece la estrella del mercado, la Universidad Siglo XXI, que detenta 44.042 alumnos.

Quizás la Comisión Nacional de Evaluación y Acreditación Universitaria (CONEAU) debería tomar un examen general a todos los egresados para validar el título. Si así fuera, los alumnos buscarían seguramente las mejores universidades y sobrevivirían sólo las instituciones (públicas y privadas) de alta calidad.