El taxi me aceptó el convite en una de las cuatro esquinas de Chile y Defensa, pleno corazón de San Telmo, quizás el barrio más pintoresco de la Ciudad de Buenos Aires. Me acomodé, chequeé los mails en el celular y mandé un tuit intrascendente. Finalmente en uno de los tantos atascos del trafico lancé la pregunta con la que siempre tanteo “la calle”:
-¿Cómo viene el laburo?
-Maso, me contestó el chofer.
-Termino el día con la billetera llena de plata, pero cuando voy a comprar no me alcanza para nada, detalló.
He leído múltiples definiciones de inflación en mi carrera; cada libro tiene una, pero pocas son tan gráficas con la que tal vez sea la principal consecuencia negativa del aumento de los precios en la economía, aunque no es la única.
En efecto, la pérdida de poder adquisitivo de la moneda es probablemente la principal queja, sobre todo de quienes tienen ingresos fijos, como los asalariados.
Como si ese fuera el único daño, algunos (incluso economistas) plantean que después de todo no es tan mala la inflación en un país que tiene paritarias todos los años, porque mal que bien, los aumentos salariales van acompañando la depreciación de la moneda.
Más allá de que una tercera parte de los trabajadores no entran en la estructura de ninguna paritaria, porque directamente están en negro, y de que hace por lo menos cuatro años que los aumentos de sueldos corren a menor velocidad que el changuito del supermercado, lo cierto es que la inflación es mucho más perniciosa de lo que se piensa, generando daños que van más allá de la mera pérdida de la capacidad de compra de los pesos.
EL COLAPSO DEL CREDITO HIPOTECARIO
A diciembre del año pasado el monto de dinero que el sistema financiero les prestaba a los particulares para créditos hipotecarios ascendió a 5.555 millones de dólares (al cambio oficial), un 19% menos que en diciembre de 1998, incluso cuando la economía era un 37% más chica en ese entonces.
En contraste, el costo de comprar un departamento en la Ciudad de Buenos Aires, por ejemplo, pasó de 890 dólares el metro cuadrado a fines de los 90, a 2.320 billetes norteamericanos en diciembre del 2014.
Si hay menos dinero para créditos hipotecarios y las propiedades están más caras, no se necesita ser un genio de las finanzas para darse cuenta de que cada vez menos gente puede acceder a un préstamo para la vivienda. De hecho, según el Boletín Estadístico del Banco Central, todo el sistema financiero tenía en el último mes del año pasado sólo 253.534 carpetas, exactamente la mitad de los créditos hipotecarios que tenían los bancos a fines de la década del noventa.
La principal causa del desmoronamiento de la posibilidad de acceder a la vivienda es la inflación. En primer lugar porque encarece notablemente el costo de los créditos, a punto tal que mientras que en Uruguay (por ejemplo), cada 100.000 pesos de un crédito a 20 años hay que pagar una cuota de $860, en nuestro país el mejor crédito del Banco Nación exige pagar 1.418, lo que le hace muy difícil el acceso a una familia de clase media. En segundo lugar, porque la emisión descontrolada de dinero que hizo que la base monetaria se multiplicara por 13 veces desde el 2003, generó una burbuja en el precio de las propiedades, encareciendo notablemente el metro cuadrado en dólares.
La inflación es de este modo la principal responsable del hundimiento del crédito hipotecario y sólo si se la baja drásticamente se recuperará el sueño de la casa propia.
¿DELINCUENTES CON ILUSION MONETARIA?
En el modelo económico del delito, que desarrolló el Nobel de Economía Gary Becker, los potenciales delincuentes sopesaban los costos y beneficios para decidir si les resultaba redituable o no cometer una felonía. Los beneficios son fáciles de comprender; basta pensar en el botín potencial. Los costos de comportarse fuera de la ley tienen que ver con la pena que debería enfrentar el malhechor ponderada por la probabilidad de que efectivamente lo terminen metiendo preso.
La propuesta de este profesor de Chicago recibió muchas críticas pero lo cierto es que el análisis le daba forma a la presunción del sentido común que indica que si se deteriora la situación económica, aumenta el delito, porque al tener menos oportunidades laborales muchos jóvenes se terminan volcando a “trabajos” en los que no existe desempleo.
El problema es que aunque las estadísticas en materia de robos no abundan en Argentina (no se conocen datos actualizados de la Dirección Nacional de Política Criminal del ministerio de Justicia, Seguridad y Derechos Humanos de la Nación), sabemos por el índice de victimización que genera y publica la gente del Laboratorio de Investigaciones sobre Crimen, Instituciones y Políticas de la Universidad Di Tella, que el 35.7% de los hogares en 40 centros urbanos del país fue víctima de al menos un delito en los últimos 12 meses, mientras que ese porcentaje era 4 puntos más bajo en mayo del 2007, cuando la inflación recién comenzaba a dispararse y el 31,2% de los hogares reportaban haber sufrido algún delito.
Si tanto el empleo como los salarios reales aumentaron en los últimos ocho años, entonces el modelo de Becker estaría fallando para dar cuenta del crecimiento del delito.
Mi hipótesis es que los delincuentes, como ocurre con el resto de los mortales, sufren “ilusión monetaria” y por culpa de la inflación, confunden los montos nominalmente altos que pueden obtener de un robo, con incrementos reales en el botín.
Martin Tetaz es Economista, egresado de la Universidad Nacional de La Plata, especializado en Economía del Comportamiento, la rama de la disciplina que utiliza los descubrimientos de la Psicología Cognitiva para estudiar nuestras conductas como consumidores e inversores. Actualmente es Diputado Nacional.