El taxista cargó los bártulos en un Lada que supo ver tiempos mejores. El aire acondicionado le pareció, al auto, un lujo innecesario para cumplir con la tarea, que nobleza obliga decirlo, terminó satisfactoriamente.
Llegue a la Isla un 24 de marzo, con la excusa de dar una conferencia en la Universidad de La Habana, pero con el objetivo de continuar aprendiendo cómo funciona un sistema que no se basa en la propiedad privada y los mercados, aunque existan ambas cosas. Tampoco escatimé sus playas.
El auto de alquiler, como prácticamente todo en Cuba, le pertenecía al Estado y el conductor, quizás desalentado por los 320 pesos de moneda nacional que obtenía como salario (unos 13 dólares), despotricó desde la salida del aeropuerto hasta la casa de familia donde nos dejó, en pleno corazón de la Habana Vieja, pero no de esa porción reciclada para venderles a los turistas una especie de San Telmo, sino de la que hacía varios años no recibía el más mínimo maquillaje.
Le molestaba todo, empezando por la miseria que ganaba y siguiendo por la enumeración de cada una de las cosas que no tenía, que básicamente eran todas. Incrédulo, aunque sin ánimo de cebarlo más, le pregunté cómo podía hacer para vivir con tan poco dinero. Escuche entonces por primera vez un latiguillo que haría eco luego en cada esquina, en cada garganta, “inventando; el cubano inventa”.
EL MERCADO CUBANO
Descubrí entonces que existen mercados en todo el mundo y que Cuba no era la excepción. Que la mayoría de ellos son informales, pero que los habitantes de esas tierras tropicales intercambian objetos por dinero permanentemente, aunque el trueque también está presente.
Es verdad no obstante, que en una perspectiva histórica los indicadores sociales de la Revolución son notables. Hacia 1962 solo 54% de la población sabía leer y escribir y había un médico cada 1.150 habitantes, con lo que la mortalidad infantil era de 42 cada 1.000 nacidos vivos y la esperanza de vida de tan solo 65 años. Cincuenta años después no hay analfabetos entre la población y hay un médico cada 180 habitantes, lo que fue fundamental para que la mortalidad infantil bajara a 4,7 cada 1000 y la esperanza de vida trepara hasta los 78 años; valores similares a los de los países desarrollados.
Es cierto también que el Estado entrega una libreta que permite acceder a una ración alimentaria básica, que aunque elemental y poco variada, alcanza para cubrir las necesidades calóricas durante unos 20 días.
Y eso, que visto retrospectivamente no es poco, es todo. La gente tiene comida, salud, educación y absolutamente nada más. Pero nada de nada; olvídese de un desodorante, de una toallita femenina descartable, de más de tres remeras y unas ojotas, de una lata de gaseosa o una botella de cerveza. Todo eso y cualquier otra cosa que no sea la comida básica, hay que pagarlo con divisas, que por supuesto pocos tienen, porque ganando 15 dólares como máximo las opciones no son muchas.
La gran transformación socioeconómica de la isla funcionó mientras recibió el subsidio del bloque soviético que entre 1975 y 1989 le compraba la libra de azúcar a 36,4 centavos, mientras el precio internacional era de 11,4.
Caído el mecenas, el país pasó por una profunda crisis, llamada eufemísticamente “el período especial” y encaró para sobrevivir una notable transformación de sus patrones de inserción al mundo que estaban dominados por el azúcar que aportaba el 91% de las exportaciones y se redujo al 27% dejando ese lugar al turismo y los servicios (básicamente salud). Giró además su comercio drásticamente hacia China y Venezuela. Relajó también en los 90 las restricciones al envío de remesas, provenientes en su gran mayoría del millón de cubanos viviendo en Estados Unidos.
Luego de tres años de derrumbe de la economía a tasas del -10% anual, la actividad finalmente logró recuperarse hacia 1994, pero aunque ya ha vuelto a los niveles pre-crisis, resulta evidente el estancamiento desde el punto de vista socioeconómico; la isla no ofrece progresos sensibles a su población, hace por lo menos 25 años.
Una excepción, que tal vez sea la puerta de convergencia del viejo sistema hacia alguna forma de capitalismo con control central, es la emergencia de un sector cuentapropista de medio millón de cubanos que, con fondos que reciben de remesas del exterior, han montado pequeños emprendimientos que van desde un “paladar” donde se sirven comidas caseras a los turistas, hasta los vistosos bicitaxis, que no por pintorescos esconden la contradicción de apoyarse en el uso de tracción a sangre humana, en pleno siglo XXI.
BALANCE AMBIGUO
Cuando se corre el velo de la coyuntura el balance es ambiguo; Fidel puede gritar orgulloso que con la Revolución se come, con la Revolución se educa y con la Revolución se cura, pero el “nuevo hombre” que propugnaba el Che Guevara nunca emergió. Los sectores de la economía en los que volvieron las viejas categorías del capitalismo que Ernesto insistía en abolir, como los estímulos materiales, son los más pujantes y en el resto de la isla como dicen sus propios habitantes, medio en broma, medio en serio, “el Estado hace como que nos paga y nosotros hacemos como que trabajamos”.
El jueves otra vez versiones sobre la muerte del Líder de la Revolución. No fue la primera vez y probablemente tampoco sea la última. En cualquier caso, es una oportunidad para el balance y el análisis.
Martin Tetaz es Economista, egresado de la Universidad Nacional de La Plata, especializado en Economía del Comportamiento, la rama de la disciplina que utiliza los descubrimientos de la Psicología Cognitiva para estudiar nuestras conductas como consumidores e inversores. Actualmente es Diputado Nacional.