Siendo un economista con estudios de posgrado en psicología, mucha gente me ha preguntado en estos días de pánico de los mercados, si con mis conocimientos podía prever el comportamiento de los consumidores y con ello pronosticar el rumbo de esta crisis.
Tengo buenas y malas noticias; las buenas son que el comportamiento de la gente que desembocó en esta crisis es perfectamente comprensible con las herramientas de la economía del comportamiento; las malas, que no tengo la menor idea de cómo ni cuándo terminará esto, y aún si lo supiera tampoco estoy tan seguro de que esté en mi propio interés compartir esa información.
Para entender lo que está ocurriendo, simplemente pensemos que las personas interactúan en cientos de mercados por día y la abrumadora cantidad de información que sería necesario procesar para tomar las decisiones “racionales” de los agentes de libro de texto de microeconomía, están completamente fuera del alcance de la capacidad de procesamiento de información con la que la naturaleza nos ha dotado.
Esto ocasiona que para desenvolvernos exitosamente en el mundo actual hayamos desarrollado heurísticas; reglas de decisión más o menos automáticas que “en general” suelen funcionarnos bastante bien.
Naturalmente estas reglas no son perfectas y ocasionan una serie de sesgos respecto de lo que sería nuestro comportamiento si tuviéramos la capacidad de procesar toda la información que nos rodea.
Veamos algunas: Generalizamos rápidamente a partir de muy pocas experiencias (algunas de las cuales no fueron siquiera vividas por nosotros sino quizás transmitidas por un amigo, familiar o medio de información; nos apresuramos a saltar a conclusiones con poca información (prejuzgamos) y luego seleccionamos sesgadamente la información considerando desproporcionadamente más aquella que confirma nuestros juicios previos; exageramos la categorización de todos los objetos y experiencias que vemos y vivimos; buscamos correlaciones, regularidades y causalidades entre las categorías que formamos y entre los hechos que vivimos o conocemos.
Ejemplos típicos de estos comportamientos : Decimos “viste?, te dije que agarraras por la 9 de Julio…” cuando el que maneja queda atrapado en un congestionamiento, pero no reconocemos que nos equivocamos otras diez veces que recomendamos lo mismo; tenemos miedo si caminamos de noche por una calle oscura y detrás nuestro viene un hombre (curiosamente no nos da miedo si camina detrás una mujer – aún después de haber visto la serie Mujeres Asesinas- y, seamos honestos, tampoco nos da tanto miedo si el señor que camina atrás es rubio de ojos azules y vestido con traje; creemos que los políticos son corruptos aún cuando somos capaces de recordar muy pocos casos donde efectivamente la justicia haya condenado uno; “sabemos” que los petisos son agrandados, los gordos buenas, las gordas simpáticas y las modelos huecas; todos somos meteorólogos y cuando vamos al casino estamos convencidos que es mucho más probable que salga colorado si acaba de salir negro las últimas cuatro bolas.
Naturalmente, las empresas que venden sus productos en los mercados conocen esto a la perfección y entonces las estrategias de marketing tienen que ver con “Posicionar” los productos en la mente de los consumidores, que funciona como aquellas mujeres de Dalí que tenían varios cajoncitos donde guardaban sus secretos, solo que la mente tiene unos pocos “cajones” reservados para cada una de las categorías que construimos para agrupar los productos
Debido además a la restricción de capacidad de procesamiento de información de nuestro cerebro, las categorías son muy generales y se manejan con símbolos más que consistir en tipificaciones de las características técnicas de los productos.
Las simbolizaciones permiten el aprovechamiento del conocimiento previo del sujeto, quien salta rápidamente a conclusiones y categoriza cada producto nuevo en menos tiempo que el que tarda en parpadear.
Difícilmente verá usted un aviso de teléfonos celulares que detalle la velocidad del procesador o la capacidad de la memoria, del mismo modo que no hay publicidades de autos que hagan hincapié en la cilindrada, el consumo o el costo de los repuestos, ni propagandas de textiles que indiquen la procedencia de los hilos o la técnica con la que están tejidos, y así podríamos continuar con los ejemplos indefinidamente.
Los mercados de productos financieros no son una excepción. Los clientes difícilmente sean usuarios sofisticados con conocimientos de finanzas y probabilidades.
Para posicionar un producto financiero en las mentes de los consumidores, las empresas deben recurrir básicamente a la misma estrategia que para posicionar un televisor, un político, o un jabón en polvo. Así, si el aviso del político no dice nada de su plataforma, la publicidad del televisor no menciona el tipo de chips con el que está construido y la promoción del jabón en polvo no menciona la composición química del mismo, porqué habrían los bancos de explicar a sus clientes en qué invierten el dinero, a quien le prestan, o cómo computan los intereses o eligen las acciones de un fondo que manejan.
Acaso alguien ha visto alguna publicidad del mundo financiero que aporte algún dato o información remotamente útil a los efectos de planificar una inversión segura?.
No, la verdad es que el conocimiento de la situación financiera del cliente de un banco es el mismo que el de un votante respecto de la plataforma de un candidato o el de quien come productos industriales respecto de los ingredientes con los que se prepara su cena, etc. etc.
Ahora bien, si los bancos construyen sus marcas en torno a símbolos que soportan conceptos como “solidez”, “respaldo”, “solvencia”, “trayectoria” y los clientes leen en el diario información que cuestiona esos símbolos, como la quiebra de una banco que era símbolo de solidez, trayectoria y respaldo, pues es fácil comprender que el esqueleto en el que se apoya el posicionamiento de las marcas financieras se derrumbe, ocasionando una incertidumbre colosal que tramita en pánico.
Descubre entonces el cliente que no posee la más mínima información respecto de la potencial solidez de la institución en la que tiene sus ahorros y la incertidumbre le genera tanta ansiedad que entra en pánico y revisa todas sus decisiones previas, corre a retirar sus inversiones y busca un resguardo seguro.
Lo que ocurre en los mercados de valores, también tiene una lógica fundada en la psicología que acabamos de describir.
El economista Eugene Fama se hizo famoso a partir de demostrar en su tesis doctoral del año 1965, en la Universidad de Chicago, que los precios de las acciones seguían un camino completamente aleatorio e impredecible.
En el mundo de las finanzas se conoce a esa tesis como el principio de “mercados eficientes”, porque en cada momento incorporan a los precios toda la información existente de suerte tal que cualquiera que tenga una información nueva sobre un evento que impactará en la rentabilidad de una empresa simplemente actúa en el mercado y ocasiona que los precios ajusten automáticamente para reflejar la nueva información.
Esta es la razón principal por la que siempre le digo a mis alumnos, amigos y personas que me consultan que no tengo la menor idea de si conviene comprar dólares o euros, por ejemplo, y que desconfíen de cualquiera que recomiende lo uno o lo otro.
La gente común, que no conoce el modo en que funcionan los mercados financieros ni tiene estudios en economía, sin embargo, comúnmente cree que puede predecir la tendencia del dólar, el euro, la bosa, o el precio del petróleo.
Paradójicamente, muchas veces terminan teniendo razón.
Volvamos a nuestro inversor del ejemplo anterior que sufría de la “ilusión del apostador “; aquel que creía que luego de 4 bolas negras tocaba colorado o viceversa.
Ese apostador cree fervientemente en el azar y, conocedor de la ley de los grandes números, entiende que si efectivamente la ruleta es azar, a la larga o a la corta la cantidad de veces que sale negro y colorado se tiene que emparejar. Su problema central es que no sabe que la ley de los grandes números solo opera, valga la redundancia, para una cantidad muy grande de números y que por lo tanto la próxima bola tiene exactamente las mismas probabilidades de volver a salir del mismo color que la anterior que de cambiar, y al ruleta “no le importa” “ni le afecta” en lo más mínimo la creencia del apostador.
Ahora pensemos qué sucede cuando el apostador no cree en el azar, y en vez de ir a la ruleta va a la bolsa.
Mucha gente cree que si la bolsa en efecto se comportara aleatoriamente, debería alternar permanentemente entre días que baja y días que sube, y que si se asiste a la presencia de rachas de varios días con subas o varios días de bajas eso no corresponde a un comportamiento aleatorio.
Para ser más específicos, la mayoría de la gente cree que si en diez días de operaciones observa la secuencia S B S B S B S B S B (donde S quiere decir que la bolsa sube y B que baja), eso corresponde a un comportamiento aleatorio, pero que si se observa la secuencia S S S S S B B B B B, entonces eso no es el resultado lógico o probable de un comportamiento aleatorio.
En rigor ambas secuencias de subidas y bajadas de la bolsa pueden perfectamente ser el resultado de un fenómeno completamente aleatorio, y de hecho tienen exactamente la misma probabilidad de ocurrir.
Sumemos ahora ese error de razonamiento muy común al hecho de que la gente tiende a buscar regularidades permanentemente (aunque muchas veces lo haga de manera inconsciente), salta a conclusiones con facilidad y prejuzga a partir de muy poca información y tendremos manadas de inversores convencidas de que una semana de cotizaciones al alza del tipo S S S S S implican necesariamente que se está viviendo una racha positiva, que el mercado está “hot” y que por lo tanto hay que invertir porque el alza continuará.
Si muchos inversores razonan del mismo modo habrá en efecto un exceso de demanda de acciones en la bolsa y las mismas tenderán a subir reforzando la convicción de nuestros inversores en que efectivamente estaban en lo cierto cuando infirieron que el mercado estaba con tendencia alcista (cualquier semejanza con nuestro ejemplo del conductor que maldecía el congestionamiento por no haber tomado la 9 de julio no es obviamente, mera coincidencia).
Tanto en economía como en psicología se conoce a esta situación como la “profecía auto cumplida” porque es la propia creencia de los inversores en que se está asistiendo a una racha alcista la que produce la próxima suba de precios, y como la suba confirma las expectativas previas esta “supuesta capacidad” para inferir se refuerza y se obtiene entonces lo que técnicamente se denomina una “burbuja” especulativa.
Por supuesto que el razonamiento corre análogamente para los períodos de baja y entonces una burbuja puede hacerse añicos simplemente a partir de un proceso aleatorio de movimiento bursátil del tipo B B B B B S S S S S, donde una semana completa de bajas puede hacer creer al inversor que se está asistiendo a un ciclo bajista y que por lo tanto conviene vender ya. Luego el comportamiento en manada de inversores que venden, hace bajar nuevamente los precios y tenemos otra vez la profecía auto cumplida con , datos que refuerzan las hipótesis previas de los sujetos.
Es cierto que es más fácil observar burbujas alcistas que bajistas, pero eso se debe a que la gente que compra acciones cree que estas van a subir y por lo tanto no acepta fácilmente que está equivocada cuando aparece una racha de baja. Ahí sí, por culpa del sesgo de confirmación de hipótesis (la hipótesis de que la acción iba a subir que motorizo la compra) es más probable que el individuo crea que una serie de 5 días seguidos a la baja es solo un fenómeno aleatorio y que, como en la ruleta, el sexto día “toca que tiene que subir”.
La razón por la que es más probable que una burbuja bajista siga a una alcista es porque la gente está mucho más dispuesta a vender después de que el mercado ha venido subiendo y por lo tanto ya ha obtenido una ganancia, de modo que retirarse no ocasiona ninguna disonancia cognitiva con expectativas previas (no opera el sesgo de confirmación de hipótesis mencionado anteriormente).
Que podemos entonces aprender de la psico anatomía de esta crisis económica?
En primer lugar, que los mercados están lejos de funcionar de modo eficiente y que los consumidores y/o inversores usan atajos, que llamamos heurísticas para procesar la información y tomar decisiones; no maximizan funciones de utilidad, construidas a partir de preferencias estables, sino elaboradas en base a símbolos que funcionan como vectores informativos que resumen (muchas veces sesgadamente) la información disponible.
En segundo lugar, que si en efecto existe ese sesgo en el procesamiento de los vectores informativos que resumen los símbolos que están detrás de un marca, quizás sea conveniente repensar esquemas de regulación de la publicidad, que protejan a los consumidores de los comportamientos imprudentes de las empresas en áreas donde la autoselección de los mercados, vía la quiebra de empresas, no es eficiente por cuanto existen muchos problemas con la información que transmite.
Finalmente y si se está de acuerdo en que los mercados de acciones debieran en principio funcionar como procesos aleatorios, pues es plausible pensar intervenciones aleatorias de la autoridad monetaria en los mismos (comprando y vendiendo acciones de manera imprevisible), que a la vez de aumentar la aleatoriedad de la evolución de los índices bursátiles le transmitan a la gente la sensación de aleatoriedad que les falta y le desarmen las hipótesis de rachas no estocásticas que generan los comportamientos de manada que producen profecías auto cumplidas y desembocan en burbujas.
Tengo buenas y malas noticias; las buenas son que el comportamiento de la gente que desembocó en esta crisis es perfectamente comprensible con las herramientas de la economía del comportamiento; las malas, que no tengo la menor idea de cómo ni cuándo terminará esto, y aún si lo supiera tampoco estoy tan seguro de que esté en mi propio interés compartir esa información.
Para entender lo que está ocurriendo, simplemente pensemos que las personas interactúan en cientos de mercados por día y la abrumadora cantidad de información que sería necesario procesar para tomar las decisiones “racionales” de los agentes de libro de texto de microeconomía, están completamente fuera del alcance de la capacidad de procesamiento de información con la que la naturaleza nos ha dotado.
Esto ocasiona que para desenvolvernos exitosamente en el mundo actual hayamos desarrollado heurísticas; reglas de decisión más o menos automáticas que “en general” suelen funcionarnos bastante bien.
Naturalmente estas reglas no son perfectas y ocasionan una serie de sesgos respecto de lo que sería nuestro comportamiento si tuviéramos la capacidad de procesar toda la información que nos rodea.
Veamos algunas: Generalizamos rápidamente a partir de muy pocas experiencias (algunas de las cuales no fueron siquiera vividas por nosotros sino quizás transmitidas por un amigo, familiar o medio de información; nos apresuramos a saltar a conclusiones con poca información (prejuzgamos) y luego seleccionamos sesgadamente la información considerando desproporcionadamente más aquella que confirma nuestros juicios previos; exageramos la categorización de todos los objetos y experiencias que vemos y vivimos; buscamos correlaciones, regularidades y causalidades entre las categorías que formamos y entre los hechos que vivimos o conocemos.
Ejemplos típicos de estos comportamientos : Decimos “viste?, te dije que agarraras por la 9 de Julio…” cuando el que maneja queda atrapado en un congestionamiento, pero no reconocemos que nos equivocamos otras diez veces que recomendamos lo mismo; tenemos miedo si caminamos de noche por una calle oscura y detrás nuestro viene un hombre (curiosamente no nos da miedo si camina detrás una mujer – aún después de haber visto la serie Mujeres Asesinas- y, seamos honestos, tampoco nos da tanto miedo si el señor que camina atrás es rubio de ojos azules y vestido con traje; creemos que los políticos son corruptos aún cuando somos capaces de recordar muy pocos casos donde efectivamente la justicia haya condenado uno; “sabemos” que los petisos son agrandados, los gordos buenas, las gordas simpáticas y las modelos huecas; todos somos meteorólogos y cuando vamos al casino estamos convencidos que es mucho más probable que salga colorado si acaba de salir negro las últimas cuatro bolas.
Naturalmente, las empresas que venden sus productos en los mercados conocen esto a la perfección y entonces las estrategias de marketing tienen que ver con “Posicionar” los productos en la mente de los consumidores, que funciona como aquellas mujeres de Dalí que tenían varios cajoncitos donde guardaban sus secretos, solo que la mente tiene unos pocos “cajones” reservados para cada una de las categorías que construimos para agrupar los productos
Debido además a la restricción de capacidad de procesamiento de información de nuestro cerebro, las categorías son muy generales y se manejan con símbolos más que consistir en tipificaciones de las características técnicas de los productos.
Las simbolizaciones permiten el aprovechamiento del conocimiento previo del sujeto, quien salta rápidamente a conclusiones y categoriza cada producto nuevo en menos tiempo que el que tarda en parpadear.
Difícilmente verá usted un aviso de teléfonos celulares que detalle la velocidad del procesador o la capacidad de la memoria, del mismo modo que no hay publicidades de autos que hagan hincapié en la cilindrada, el consumo o el costo de los repuestos, ni propagandas de textiles que indiquen la procedencia de los hilos o la técnica con la que están tejidos, y así podríamos continuar con los ejemplos indefinidamente.
Los mercados de productos financieros no son una excepción. Los clientes difícilmente sean usuarios sofisticados con conocimientos de finanzas y probabilidades.
Para posicionar un producto financiero en las mentes de los consumidores, las empresas deben recurrir básicamente a la misma estrategia que para posicionar un televisor, un político, o un jabón en polvo. Así, si el aviso del político no dice nada de su plataforma, la publicidad del televisor no menciona el tipo de chips con el que está construido y la promoción del jabón en polvo no menciona la composición química del mismo, porqué habrían los bancos de explicar a sus clientes en qué invierten el dinero, a quien le prestan, o cómo computan los intereses o eligen las acciones de un fondo que manejan.
Acaso alguien ha visto alguna publicidad del mundo financiero que aporte algún dato o información remotamente útil a los efectos de planificar una inversión segura?.
No, la verdad es que el conocimiento de la situación financiera del cliente de un banco es el mismo que el de un votante respecto de la plataforma de un candidato o el de quien come productos industriales respecto de los ingredientes con los que se prepara su cena, etc. etc.
Ahora bien, si los bancos construyen sus marcas en torno a símbolos que soportan conceptos como “solidez”, “respaldo”, “solvencia”, “trayectoria” y los clientes leen en el diario información que cuestiona esos símbolos, como la quiebra de una banco que era símbolo de solidez, trayectoria y respaldo, pues es fácil comprender que el esqueleto en el que se apoya el posicionamiento de las marcas financieras se derrumbe, ocasionando una incertidumbre colosal que tramita en pánico.
Descubre entonces el cliente que no posee la más mínima información respecto de la potencial solidez de la institución en la que tiene sus ahorros y la incertidumbre le genera tanta ansiedad que entra en pánico y revisa todas sus decisiones previas, corre a retirar sus inversiones y busca un resguardo seguro.
Lo que ocurre en los mercados de valores, también tiene una lógica fundada en la psicología que acabamos de describir.
El economista Eugene Fama se hizo famoso a partir de demostrar en su tesis doctoral del año 1965, en la Universidad de Chicago, que los precios de las acciones seguían un camino completamente aleatorio e impredecible.
En el mundo de las finanzas se conoce a esa tesis como el principio de “mercados eficientes”, porque en cada momento incorporan a los precios toda la información existente de suerte tal que cualquiera que tenga una información nueva sobre un evento que impactará en la rentabilidad de una empresa simplemente actúa en el mercado y ocasiona que los precios ajusten automáticamente para reflejar la nueva información.
Esta es la razón principal por la que siempre le digo a mis alumnos, amigos y personas que me consultan que no tengo la menor idea de si conviene comprar dólares o euros, por ejemplo, y que desconfíen de cualquiera que recomiende lo uno o lo otro.
La gente común, que no conoce el modo en que funcionan los mercados financieros ni tiene estudios en economía, sin embargo, comúnmente cree que puede predecir la tendencia del dólar, el euro, la bosa, o el precio del petróleo.
Paradójicamente, muchas veces terminan teniendo razón.
Volvamos a nuestro inversor del ejemplo anterior que sufría de la “ilusión del apostador “; aquel que creía que luego de 4 bolas negras tocaba colorado o viceversa.
Ese apostador cree fervientemente en el azar y, conocedor de la ley de los grandes números, entiende que si efectivamente la ruleta es azar, a la larga o a la corta la cantidad de veces que sale negro y colorado se tiene que emparejar. Su problema central es que no sabe que la ley de los grandes números solo opera, valga la redundancia, para una cantidad muy grande de números y que por lo tanto la próxima bola tiene exactamente las mismas probabilidades de volver a salir del mismo color que la anterior que de cambiar, y al ruleta “no le importa” “ni le afecta” en lo más mínimo la creencia del apostador.
Ahora pensemos qué sucede cuando el apostador no cree en el azar, y en vez de ir a la ruleta va a la bolsa.
Mucha gente cree que si la bolsa en efecto se comportara aleatoriamente, debería alternar permanentemente entre días que baja y días que sube, y que si se asiste a la presencia de rachas de varios días con subas o varios días de bajas eso no corresponde a un comportamiento aleatorio.
Para ser más específicos, la mayoría de la gente cree que si en diez días de operaciones observa la secuencia S B S B S B S B S B (donde S quiere decir que la bolsa sube y B que baja), eso corresponde a un comportamiento aleatorio, pero que si se observa la secuencia S S S S S B B B B B, entonces eso no es el resultado lógico o probable de un comportamiento aleatorio.
En rigor ambas secuencias de subidas y bajadas de la bolsa pueden perfectamente ser el resultado de un fenómeno completamente aleatorio, y de hecho tienen exactamente la misma probabilidad de ocurrir.
Sumemos ahora ese error de razonamiento muy común al hecho de que la gente tiende a buscar regularidades permanentemente (aunque muchas veces lo haga de manera inconsciente), salta a conclusiones con facilidad y prejuzga a partir de muy poca información y tendremos manadas de inversores convencidas de que una semana de cotizaciones al alza del tipo S S S S S implican necesariamente que se está viviendo una racha positiva, que el mercado está “hot” y que por lo tanto hay que invertir porque el alza continuará.
Si muchos inversores razonan del mismo modo habrá en efecto un exceso de demanda de acciones en la bolsa y las mismas tenderán a subir reforzando la convicción de nuestros inversores en que efectivamente estaban en lo cierto cuando infirieron que el mercado estaba con tendencia alcista (cualquier semejanza con nuestro ejemplo del conductor que maldecía el congestionamiento por no haber tomado la 9 de julio no es obviamente, mera coincidencia).
Tanto en economía como en psicología se conoce a esta situación como la “profecía auto cumplida” porque es la propia creencia de los inversores en que se está asistiendo a una racha alcista la que produce la próxima suba de precios, y como la suba confirma las expectativas previas esta “supuesta capacidad” para inferir se refuerza y se obtiene entonces lo que técnicamente se denomina una “burbuja” especulativa.
Por supuesto que el razonamiento corre análogamente para los períodos de baja y entonces una burbuja puede hacerse añicos simplemente a partir de un proceso aleatorio de movimiento bursátil del tipo B B B B B S S S S S, donde una semana completa de bajas puede hacer creer al inversor que se está asistiendo a un ciclo bajista y que por lo tanto conviene vender ya. Luego el comportamiento en manada de inversores que venden, hace bajar nuevamente los precios y tenemos otra vez la profecía auto cumplida con , datos que refuerzan las hipótesis previas de los sujetos.
Es cierto que es más fácil observar burbujas alcistas que bajistas, pero eso se debe a que la gente que compra acciones cree que estas van a subir y por lo tanto no acepta fácilmente que está equivocada cuando aparece una racha de baja. Ahí sí, por culpa del sesgo de confirmación de hipótesis (la hipótesis de que la acción iba a subir que motorizo la compra) es más probable que el individuo crea que una serie de 5 días seguidos a la baja es solo un fenómeno aleatorio y que, como en la ruleta, el sexto día “toca que tiene que subir”.
La razón por la que es más probable que una burbuja bajista siga a una alcista es porque la gente está mucho más dispuesta a vender después de que el mercado ha venido subiendo y por lo tanto ya ha obtenido una ganancia, de modo que retirarse no ocasiona ninguna disonancia cognitiva con expectativas previas (no opera el sesgo de confirmación de hipótesis mencionado anteriormente).
Que podemos entonces aprender de la psico anatomía de esta crisis económica?
En primer lugar, que los mercados están lejos de funcionar de modo eficiente y que los consumidores y/o inversores usan atajos, que llamamos heurísticas para procesar la información y tomar decisiones; no maximizan funciones de utilidad, construidas a partir de preferencias estables, sino elaboradas en base a símbolos que funcionan como vectores informativos que resumen (muchas veces sesgadamente) la información disponible.
En segundo lugar, que si en efecto existe ese sesgo en el procesamiento de los vectores informativos que resumen los símbolos que están detrás de un marca, quizás sea conveniente repensar esquemas de regulación de la publicidad, que protejan a los consumidores de los comportamientos imprudentes de las empresas en áreas donde la autoselección de los mercados, vía la quiebra de empresas, no es eficiente por cuanto existen muchos problemas con la información que transmite.
Finalmente y si se está de acuerdo en que los mercados de acciones debieran en principio funcionar como procesos aleatorios, pues es plausible pensar intervenciones aleatorias de la autoridad monetaria en los mismos (comprando y vendiendo acciones de manera imprevisible), que a la vez de aumentar la aleatoriedad de la evolución de los índices bursátiles le transmitan a la gente la sensación de aleatoriedad que les falta y le desarmen las hipótesis de rachas no estocásticas que generan los comportamientos de manada que producen profecías auto cumplidas y desembocan en burbujas.
Martin Tetaz es Economista, egresado de la Universidad Nacional de La Plata, especializado en Economía del Comportamiento, la rama de la disciplina que utiliza los descubrimientos de la Psicología Cognitiva para estudiar nuestras conductas como consumidores e inversores. Actualmente es Diputado Nacional.