En la intersección de Avenida Circunvalación y Boulevard Oroño, de la ciudad de Rosario, una mole de 135.000 metros cuadrados contiene al casino más grande de Argentina, con capacidad para 9000 apostadores que se disputan las más de 2000 maquinas tragamonedas, los 80 paños de ruletas y cartas y los asientos de los bares y restaurantes que ofrecen shows toda la noche. A pesar de tener un estacionamiento con capacidad para 2.100 vehículos, muchos tiran el coche fuera del predio, en pleno territorio de los Monos, en algunos casos porque el auto de todos modos vale muy poco, pero en otros casos porque hay que amortizar el seguro contra todo riesgo.
Lo curioso es que las mismas personas que todos los meses pagan una cuota de entre 5.000 y 10.000 pesos para transferirle el riesgo de un eventual siniestro a la aseguradora, se gastan luego esa misma plata en el casino, lo cual no parece muy racional, porque o uno es averso a los riesgos y está dispuesto a pagar para sacárselos de encima (asegurarse) o es amante de la adrenalina y sacrifica dinero para experimentarla. La paradoja fue parcialmente resuelta por el Nobel de Economía, Daniel Kahneman, quien mostró que las personas no quieren arriesgar lo que ya tienen en el terreno de las ganancias (por eso prefieren un ingreso fijo a uno variable y aseguran el auto), pero están dispuestos a tirar una moneda si el azar les permite recortar una perdida (por eso la facturación del juego aumenta durante las crisis económicas). Esta hipótesis da cuenta de muchos comportamientos aparentemente contradictorios, aunque sigue sin explicar por que razón muchas personas que, como yo, nos hemos tirado en paracaídas, al mismo tiempo pagamos un poco mas por un coche que tiene mas airbags.
Tomemos el caso de los que compran dólares. Como mostró el colega Esteban Domecq, en 56 de los últimos 70 años los plazos fijos perdieron con la inflación, pero como los gobiernos sistemáticamente atrasan el tipo de cambio, hubo muchos años en los que la rentabilidad de quedarse en pesos resultó a la postre mayor. Sin ir mas lejos, el peso le ganó al dólar durante los 90s, entre octubre del 2002 y julio del 2008 y entre abril del 2016 y abril del 2018. Si la gente solo comparara rentabilidades y fuera neutral al peligro, al tercer mes sin siniestros daría de baja el seguro contra todo riesgo y se quedaría con el que solo cubre la responsabilidad civil con terceros. Sin embargo, el temor a un evento que nos haga perder el auto alcanza para asegurarlo, aunque el resultado actuarial no lo justifique y lo mismo sucede con el dólar, que opera más que como una búsqueda de ganancia especulativa, como un seguro para evitar la licuación de los ahorros en alguna de las devaluaciones que en Argentina ya nadie discute si ocurrirán o no, sino cuando. En el terreno de lo ganado (los ahorros) preferimos la certeza e incluso estamos dispuestos a pagar una prima actuarial por ella, lo cual explica que no alcance con una tasa de interés que empate con la tasa de devaluación, mucho menos si hay dudas sobre una aceleración en la depreciación del peso.
Hasta el jueves de la semana pasada, el BCRA venía haciendo la plancha, en un crawling peg que aumentaba el precio del dólar oficial a un ritmo del 38% anual, una tasa muy superior al call entre bancos que se negocia al 16,4% (TNA) e incluso en referencia al 33% efectivo anual que pagan los plazos fijos mayoristas. El premio por quedarse en pesos no era atractivo y las continuas ventas de dólares del BCRA sugerían que no alcanzaba siquiera con alcanzar a la tasa de devaluación pasada, puesto que había dudas sobre la tasa futura
El jueves por la tarde esas dudas se confirmaron. El BCRA anunció una modificación en su política de microdevaluaciones diarias y con el argumento de “darle más volatilidad al tipo de cambio” lo dejó correr 70 centavos en la apertura del viernes, anunciando que para el lunes movería otros 15 centavos más. Así, en dos días convalido la devaluación de dos semanas por lo que todo parece indicar que además de incrementar la varianza, moverá también la media, a pesar de haber sostenido que el tipo de cambio estaba en un nivel competitivo, lo cual claramente no era cierto porque la entidad llevaba vendidos 3.553 millones de dólares desde mediados de junio, poniendo las reservas en un tobogán enjabonado, sin dólares líquidos para seguir vendiendo.
Habrá que esperar unos días más para ver si se confirma la hipótesis de la aceleración en la velocidad media de las micro devaluaciones y luego ver hasta donde quiere llegar el Banco Central. El gradualismo puede ser más fácil de vender políticamente, pero tiene el riesgo de que congela las decisiones de venta y acelera las compras, hasta que se percibe una nueva estabilidad cambiaria. Un costo que compromete las reservas y por lo tanto la credibilidad de la entidad.
Martin Tetaz es Economista, egresado de la Universidad Nacional de La Plata, especializado en Economía del Comportamiento, la rama de la disciplina que utiliza los descubrimientos de la Psicología Cognitiva para estudiar nuestras conductas como consumidores e inversores. Actualmente es Diputado Nacional.