En 1968, en la reunión anual de la Asociación Americana de Economía, Milton Friedman planteó por qué la política monetaria expansiva fracasaría en mantener las tasas de interés por debajo de su nivel de equilibrio natural de manera permanente. Al principio, explicaba el profesor de Chicago, el gobierno absorbe títulos públicos, sube su precio y baja el interés que pagan en el mercado. Esa expansión monetaria eventualmente se traslada a los precios comiéndose la poca rentabilidad real que les queda a los ahorristas. Los que toman créditos festejarán la baja en el costo financiero y pedirán más dinero, pero los que ponen la plata pedirán un interés nominal más alto para compensar la inflación esperada, forzando a la autoridad a iniciar una segunda ronda de expansión monetaria, si es que quiere mantener las tasas bajas. Entonces, dado el mecanismo operativo del Banco Central y dados sus objetivos de mantener tasas más bajas, la anticipación del público respecto de la inflación que esperan a futuro termina causándola.

Es interesante mencionar que los ejemplos de Friedman no se reducen a la experiencia de los países desarrollados, sino que en su presentación menciona las inflaciones de Brasil y Chile, como casos paradigmáticos. La importancia de los comportamientos de anticipación del público, además, fue reconocida desde entonces en más de 60.000 artículos científicos desde la ortodoxia de Chicago a la heterodoxia de los trabajos pioneros de Roberto Frenkel en los 70, mostrando que en momentos de incertidumbre sobre la inflación esperada aumentaban los niveles óptimos de cobertura de precios o aparecían heurísticas como las de mirar el tipo de cambio como proxy del IPC.

Inflación autoconstruida

Para muchos no economistas ajenos a estos debates la idea de inflación psicológica, autoconstruida, o basada en expectativas, es un delirio; una búsqueda de sacar del ámbito de la economía una relación social y trasladarla al oscuro e inescrutable escenario de la mente. Para otros es una simple excusa de los gobernantes que no saben, o no pueden resolver el problema.

Pero la economía es la ciencia de la elección y como tal se ocupa de investigar por qué las personas toman las decisiones que observamos, con el objeto de poder predecir los comportamientos económicos, incluido obviamente el de fijar los precios de las cosas que venden y convalidar comprando (o no) los de los productos que se les ofrecen.

Por supuesto que no resulta fácil la tarea, porque las personas cambian su respuesta cuando cambian las reglas, algo que es conocido en la academia como “la crítica de Lucas”.

Planes de estabilización

En los distintos planes de estabilización ensayados en la Argentina hay suficiente evidencia de la convicción de los hacedores de política respecto del rol de las expectativas en el proceso inflacionario. Muchos recuerdan el plan Krieger Vasena por la brutal devaluación compensada con retenciones que paradójicamente después volvieron a utilizar los gobiernos más “populares”, pero pocos saben que aquel plan exageró la devaluación justamente para poder usar el tipo de cambio como ancla de expectativas hacia delante, junto con un gran acuerdo de precios con las 100 principales empresas del país. La razón es que entendió que la principal causa de la demanda de dinero doméstico, además del motivo transaccional, tenía que ver con la expectativa de que no se seguiría devaluando y no hay mejor forma de romper esa creencia que confirmándola en exceso, para crear la sensación de que no solo no es necesario seguir devaluando sino que el tipo de cambio está pasado de su nivel de equilibrio y en adelante solo puede apreciarse.

La enorme mayoría de la gente cree que el plan de Convertibilidad fue la máxima manifestación de la ortodoxia, pero Domingo Cavallo, además de hacer fijar por ley el precio más importante de la economía, incluyó una clausula (aún vigente) que prohíbe la indexación de los contratos. ¿Por qué lo hizo? Porque estaba convencido de que los mecanismos institucionales que habíamos diseñado para protegernos de la inflación la propagaban hacia delante. El mejor ejemplo son los contratos de alquiler, que, burlando la ley, estipulan un ajuste de precio en el segundo año, o cada seis meses, sobre la base de la inflación esperada al momento de firmar el documento. Aun si mañana reemplazáramos a cada uno de los argentinos por un sueco, incluido el gobierno, de manera tal que nadie esperase inflación, nadie emitiera y por lo tanto, nadie remarcase un solo precio, eventualmente la bomba de los alquileres explotaría en la medida que fueran activándose las clausulas de aumentos prefijados.

Heterodoxia ortodoxa

El plan Austral fue otra combinación de heterodoxa ortodoxa, porque además de devaluación compensada, a la Krieger Vasena, pero más moderada y congelamiento “transitorio” de precios, tenía en el corazón del plan un programa de desagio, que desarmaba hacia delante las previsiones de aumentos establecidas en los contratos firmados antes del lanzamiento del modelo, cuando las expectativas inflacionarias eran del 30% mensual. Simplemente no hubiera sido posible bajar la inflación sin romper la inercia de las clausulas de indexación.

Por eso se entiende que el flamante presidente del Banco Central, Miguel Pesce, haya dicho que “la baja de la inflación dependerá de la desindexación de la economía”, una expresión que para el común de los mortales es parecida a decir que la baja de la fiebre de un paciente depende de que baje la temperatura, pero lo cierto es que la economía argentina (salvo en los créditos UVA y los contratos de distribución y transporte de energía) no está indexada formalmente. Sí lo está de manera informal, tanto en los alquileres que ya comentamos, como en los salarios por la dinámica de las paritarias. Por supuesto, pensar que bajando los salarios se contiene a la inflación es como imaginar que, bajando la fiebre, cede la infección. Pero sí es cierto que no hay manera de bajar la inflación si no se quiebran las expectativas, porque incluso si la cantidad de dinero frenara en seco, los trabajadores pedirían recomposición salarial y los empresarios remarcarían. Es verdad que sin convalidación monetaria no habría combustible para que se expanda el fuego, pero si la dinámica de fijación de precios por parte de las personas, las empresas y los gremios no cambia, entonces el ajuste será por cantidades y la recesión será brutal.

Las expectativas no nacen de un repollo

Entonces cuando el presidente Alberto Fernández habla de “inflación autoconstruida” y de empresarios que se cubren, está en lo correcto, pero esas expectativas que gobiernan los actos de los agentes económicos no nacen de un repollo y aunque Fernandez sostenga que esa inflación no es real, una vez que el agente económico se cubre, lo que hasta ayer era una idea sobre el futuro (correcta o no), pasa de la mente a la realidad.

La gente forma sus ideas sobre lo que espera que ocurra con los precios, sobre la base de lo que ocurrió en el pasado inmediato y solo las modifica hacia delante si ocurre un hecho disruptivo que modifica su modelo mental, como una devaluación, una dolarización, un anuncio importante, o un cambio de gabinete. Ojalá que la negociación exitosa de la deuda, el resultado del fuerte ajuste fiscal y un desdoblamiento cambiario formal, sean ese punto de inflexión, que quiebre las expectativas.

 

fuente: CLARIN.com